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Después de tanto tiempo, por fin fui a ver a Jeremías al pueblo. Lo encontré sentado donde solía, en aquel iluminado patio. En un principio todo me pareció como siempre; sin embargo, cuando levantó la mirada, noté que algo había cambiado en su rostro. Luego su señora me explicó. Lo dejé entonces por unos minutos seguir con su labor, con la cabeza incrustada en su tarea, y comencé a recordar. Las imágenes me sobrecogieron con tal velocidad que resultó este barboteo incontenible de palabras, estrictamente entrañable.