En ocasiones la vida en pareja, el tiempo transcurrido, los hijos, el trabajo, el hastío, el cansancio, y un sin fin de excusas que sin duda pueden escucharse tras las puertas de la mayor parte de las casas de este mundo, provocan un cambio en el comportamiento de las parejas.
A veces los resultados, resultan dramáticos.
En ocasiones nuestro alrededor nos confunde. Nos concede unos valores, y unos criterios que nos acercan a un abismo del que no podemos salir desafortunadamente.
Un relato narrado en primera persona sobre la situación de una mujer joven en un entorno laboral de hombres. Una mujer que quiere crecer y confunde la forma de hacerlo, y para cuando se da cuenta, es tarde.
La adolescencia, esa gran incomprendida, plena de incomprendidos que incomprenden.
Esa edad en la que experimentar y crecer forman parte casi de una misma idea. Esa etapa en la que piensas que lo sabes todo, y apenas has comenzado a andar. Atrevida, e inconstante, fugaz y sin embargo eterna, forjadora de futuros.
El lugar para conocerse y experimentar la sexualidad incipiente.
En muchas ocasiones, las historias forman parte de nuestra propia vida. Otra veces, es nuestra vida la que se conforma de historias. Y para algunos, puede darse la situación de que ambas se mezclen al punto de no distinguir bien ambas.
La soledad de la noche, la soledad del alma, la angustia de las noticias que no se quieren recibir, y de las decisiones que no se quieren tomar. La noche se acaba y se cierne sobre los hombros las primeras luces de la mañana. La decisión debe estar tomada, y sigue presente ese silencio, compañero de viaje.
Los sueños a veces son incluso más reales que la propia realidad.
En nuestra adolescencia hemos vivido situaciones de diversa índole. Todos podemos recordar aquella chica o chico que nos gustaba y que no nos atrevimos prácticamente ni a mirar, pero que deseábamos fervientemente que se cruzara con nosotros para poder sentir esas mariposas. Esta es un historia de adolescentes, como la tuya, como la mía, como la de cualquiera.