“La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme siempre estaré contigo” - Isabel Allende
Jamás en toda su vida Armando pudo recordar la primera vez que se fumó el primer cigarrillo, aunque justo antes de que la bala entrara en su garganta, pudo aspirar la última bocanada y exhalarla lentamente mientras el mundo se desplomaba en un par de segundos congelados en el centro de su casa. El aire se llenó de pronto de tristes esporas rojas que flotaban en un espacio dominado por el olor tenue y podrido del tabaco. El cigarrillo cayó muy lejos de donde el cuerpo tomó su última posición y entre el silencio que se produce cuando la muerte acecha y la oscuridad mental que rondaba por toda la comunidad, la única que sintió el presentimiento de que algo había pasado en su casa fue Christabella Ferruchi.
Se encontraba por esos momentos cultivando en el jardín trasero. Las lechugas y zanahorias que nacían de la tierra se habían transformado en el único recuerdo vivo que la consolaba de todo lo que perdió cuando la hecatombe atacó. Se sentía frustrada, muerta en vida al igual que los hambrientos que caminaban día y noche buscando algo para comer en todo el mundo. A pesar de que todos los integrantes de su familia seguían vivos, extrañaba algo de la antigua sociedad, algo que no sentía desde que corrió de su antigua casa, algo muy raro que en un principio le provocó ansiedad, una ansiedad compulsiva que la llevó a caer en el insomnio noches enteras por el miedo a morirse mientras dormía y que para consolarla, cada cierto tiempo se tocaba debajo de la mandíbula para corroborar que tenía pulso y seguía viva. Bernabé, su marido, la miraba indiferente a lo que estaba haciendo. Con su fiel escopeta en mano vigilaba la eterna noche por si algún hambriento se infiltraba en la comunidad, por si por cualquier motivo lograban pasar las barricadas de automóviles levantados y rodeados con alambres de púa y se acercaba silenciosamente como siempre lo hacían a las casas que se veían con luz.
-¿Por qué te gusta tanto cosechar de noche?- preguntó a su mujer con un tono de reproche.
-Por que el silencio de la noche es tan tranquilizador como la hierba que fumas a escondidas- le respondió su mujer sin dirigirle la mirada.
Al principio sintió una oleada de furia que luego transformó en silencio apretando con fuerza el cañón del arma, ya que al ver a su mujer allí, arrodillada y tan frágil como la conoció muchos años antes, sintió algo más de compasión.
Christabella, o Bella como le decían todo era una mujer alta. De cara rubicunda y un rictus melancólico, llevaba las riendas de la casa casi tan bien, que muchas veces los niños olvidaban por instantes que afuera había un millar de familias hambrientas tratando de comerlos. A sus cuarenta y cinco años su cuerpo desprendía un aroma a perfume de rosas cada vez que caminaba por algún lado, su figura, al igual que su juventud seguía manteniendo unos senos firmes y unas piernas envidiadas por cualquiera y que muchas veces ocasionó peleas entre sus pretendientes, solo ocultas por los largos vestidos oscuros que llevaba como señal de un extremo luto que guardaba silenciosamente en su corazón.
En ese momento sintió el disparo y el sonido de un vidrio quebrarse.
El hombre empuñó su arma y apuntó hacia el vacio instintivamente mientras que Bella asustada se levantó y limpiándose la tierra en su delantal se limitó a pensar en los niños dentro de la casa. Corrió hacia la entrada de la y Bernabé al compás del arma y observando por la mira, la siguió hasta el interior. Entró con el corazón sobrecogido, y como si su mente lo hubiera vivido antes, miró el cuerpo de su hijo mayor tirado en el piso rodeado de un charco de sangre y cogiéndose el cuello con las manos agonizando. En ese momento la sangre que corría por su venas se trasformo en un hielo tan terrible que sintió que le quemaba los brazos y las piernas mientras caminaba hacia el hombre que todavía seguía vivo.
¡Hijo mío!- vociferó sollozando la mujer.
Armando en ese momento solo veía sombras y las esporas rojas que escupía desde su boca. Ya no sentía dolor alguno, ya no podía reaccionar ni moverse y en pocos minutos la falta de aire le provocó unas convulsiones que terminaron por limpiarle la cara de color y de vida. Elena descubrió que su hijo había muerto cuando sus ojos hundidos quedaron suspendidos, abiertos como los de un pez.
Bernabé corrió hacia fuera de la casa con la escopeta en mano, la campana que avisaba de algún ataque se encontraba a pocos pasos y si lograba hacerla sonar, las demás familias de la comunidad se darían cuenta de algo anormal. Tenía el cuerpo tieso y cuando caminaba parecía un extraño animal cazando debido al dolor en su pecho a causa de la pena, aunque sabía que si no reaccionaba rápido se perderían más vidas. Fornido y macizo, el hombre comenzó a dar grandes zancadas que hacían saltar las lágrimas en su barba hasta el suelo rancio pedregoso donde existían pedazos de pasto y hierba que florecían en forma de islotes y que luego se secaban para dar paso a la yesca que se usaba en las chimeneas. Justo antes de entrar en el círculo perfecto donde se encontraba la campana, la chevrolet Luv irrumpió en la calle bloqueada con un cargamento de hombres apostados sobre un gran estanque vacio en la parte de atrás, armado.
Bella sintió el estruendo de los disparos al aire, y en un momento pudo ver al hombre que había disparado contra su hijo que corría desde un punto lejano detrás de un basurero.
-Vienen en busca del agua…
Corrió a ver a sus dos hijos menores que en ese momento se encontraban viendo la televisión. Bella podía reconocer el documental proyectado, porque lo había visto un millar de veces: ¿Por qué se mueren los osos polares?, y que gracias al volumen no pudieron escuchar la muerte de su hermano.
-Suban al segundo piso y enciérrense, mamá no saldrá de acá.
Los niños salieron al living y pudieron ver el cuerpo de armando. No alcanzaron a reaccionar, la orden de su madre esta vez salió como un grito autoritario y los arroyó mientras miraban, subieron al instante. Bella por su parte tomó el arma de protección que guardaba en la entrada y se posicionó detrás de la puerta, supo desde ese instante que los ladrones de agua venían en busca de todo lo que pillarán, y su salvación llegó en forma de campana, cuando ésta resonó en toda la población, y todas las luces se prendieron. La noche aún comenzaba.