


Una noche y luego la mañana para darse cuenta...
Recuerdo que la primera vez que salimos todo fue muy frívolo. Insustancial y pasajero. Después que la dejé en su casa pensé, de regreso a la mía, que aquella cita había sido una perdida fatal de tiempo. Y no estaba equivocado cuando a la mañana siguiente la hallé sentada, sola, en un banco, con la luz del alba reflejada en su rostro.
--¿Que te ha sucedido? --le pregunté.
--Nada. --me respondió.
Entonces cuando me levantaba para marcharme me detuvo, apoyando una mano sobre mi hombro.
--Es que te quiero tanto, querido.
Yo solo pude confirmar lo que la noche anterior había sentido. Ella era tan bella y cariñosa pero yo no la quería. Mi corazón pertenecía a la chica que despachaba en la farmacia.
--¿Para donde vas, querido? No te vayas, por favor.
--Es mejor así, Brett. Adiós.
--Adiós entonces.
Y yo me fui, con las manos en los bolsillos, contemplando el amanecer de un espléndido día.
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