


Sencillamente se murió de inanición. Desconfiando hasta la saciedad del general Horenheb en constante lucha por el poder, se preparaba él mismo los escasos mendrugos de pan que admitía como alimentación segura.
Se aguarda una complicada tarea por parte de los funcionarios que han de momificarlo en la casa de la muerte, ya que el cetro faraónico ha quedado incrustado en las enjutas manos de ¡AY!. La Esposa Real Akhesenpamun dejó entrever que durante los últimos meses no se había separado del cetro ni para ... dormir.
Fue tras la muerte del joven Rey Tutankhamón cuando llegó su ansiada oportunidad de proclamarse Faraón de las Dos Tierras. Sus Divinas y paternales palabras resultaron concisas para todo aquel que tuvo la oportunidad de escucharle:
“Cedería de buen grado el cetro al general si no fuera por una
cuestión fundamental que lo desaconseja”.
“Amón me ha elegido como su representante en la tierra, por tanto
soy ese elegido insustituible que habrá de soportar todo el peso del
estado. ¿Quién, si no posee mi holgada veteranía, podría
asumir tan trascendental misión humana y divina?. ¿Quién?”.
Convencido el consejo de sabios y confortado el colegio sacerdotal de Amón con su recien recuperado poder teocrático, el Divino Padre no tuvo inconvenientes en asumir lo que él llamó cínicamente “La más ingrata de las tareas”.
Horenheb partiera en campaña militar hacia la conflictiva zona de Amurru,
en ese momento todavía bajo el débil influjo egipcio. La frágil
paz de la zona se encontraba amenazada por el constante avance hitita, por lo
que el general trató de reorganizar el desaguisado político-exterior
heredado del Faraón herético Akhenatón, yerno de Ay.
Esta circunstancia permitió al divino padre ascender al trono y contraer
matrimonio con Akhesenpamun, viuda de Tutankhamón, con la misma facilidad
que se recoge una fruta madura tras caer por su peso del árbol generoso.
Ahora las tinieblas penden sobre Egipto en tanto no expire el periodo de luto
extensivo a setenta jornadas, tras el cual la luz volverá a vencer a
los demonios de la oscuridad.
Los escribas de Horenheb trabajan arduo en la preparación de su discurso
de investidura. Nuestro infiltrado cuartelero ha conseguido resumir algunas
de las declaraciones escritas en ese discurso.
“Horus me protege, bajo sus alas conseguiré llevar a Egipto a un nuevo período de esplendor, más allá de nuestras fronteras”.
“Velaré , mediante decretos reales para que el orden de la justicia prevalezca sobre el caos de la injusticia”
“Mi grandeza hará palidecer la memoria de los Thutmosis III . de su real tía Hatshepsut y de cuantos insignificantes reyezuelos portaron indignamente el cetro antes de Mi”.
Desconocemos el alcance y trascendencia de las declaraciones del general, así
como la decisión que tomará la viuda Reina Akhesenpamun respecto
a la unión matrimonial planteada por tan valiente guerrero. Parece ser
que las relaciones entre ambos nunca pudieron calificarse de cordiales.
Tal vez la desconsolada viuda por dos veces, pretende buscar marido entre los
príncipes extranjeros, como apunta el servicio de inteligencia
y comenta