


La historia de un asesino en serie.
A mí el estómago me trae por el camino de la amargura. Todos los días, joder. ¡Joder, todos los días! ¡Putos gases! Julia se ríe. Hasta yo me río de vez en cuando. No me relajo hasta que mato. ¡Olé! El muerto a los pies, y el alma vete tú a saber dónde.
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Lo de Julia, tengo que decirlo, se terminó porque ella quiso. Ella siempre fue la que decía aquí, y aquí; allá, y allá; calla, y callaba; habla, y hablaba. Respiraba, y respiraba.
Me lo dijo después de follar en el patio. Recién había terminado de limpiar el palomar. Seguía echando agua la manguera y ella se arrimó para beber y comer, sobre todo para comer.
El chorro en el conejo la hacía reír, pero la polla jugando a la entrada conseguía ponerla seria, robusta, y también la embrutecía un punto, que era lo que me gustaba cuando follábamos.
Y me dijo: “La última, ¿me oyes? Esta ha sido la última vez, pedazo de cabrón. Ya basta. Se acabó. Este conejo no lo vuelves a ver en tu puta vida. ¡Que se acabó! ¿Te enteras, soquete? Anda, dame un beso y vete a tomar por el culo”.
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Una semana después, o algo así, un policía me preguntó por los asesinatos. Me entraron ganas de decirle: “Aquí estoy, vamos, muerde”. Le escuché. Bla, bla, bla. Luego me enteré de que a la desesperada estaban preguntándole a todo el mundo. Niños, mujeres, viejos, moribundos, curas, o sea, a todo el cochino mundo. Y en la calle se corrió la voz: “No tienen idea”. Y es que matar a doce personas en menos de un año es para poner de los nervios al jefe, al subjefe, a los que pisan la calle y hasta al bobo del pueblo.
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El diálogo con mi hermano, y acostado mi padre. Que otra vez se muere.
Dale un beso.
Dos
Dale un beso
Tres
Lo tuyo es para romperte la boca y machacarte la cabeza. Mi mujer me dijo hace un rato que te ofreció comer algo y tú como siempre, callado y para el cuarto del viejo. Ni buenos tardes, ni la puta madre que la parió. Está llorando y con ganas de echarte a patadas.
Avísame si muere.
Quieto. Te quedas, coño. Quiero hablarte.
¿De qué?
De la casa, ¿de qué otra cosa voy a querer hablar yo contigo?
Para ti.
¿Seguro?
Si vuelves a preguntarme, me la quedo.
Para mí entonces.
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Un día de truenos, con viento, lluvia, perros acojonados, niños en casa porque se habían suspendidos las clases, así es día en que mi padre ha dicho, “hasta aquí llegué, maldita sea”. El médico sentenció: el corazón. A las 97 años y el hijoputa va y dice: el corazón.
Y al día siguiente, en el entierro, más truenos, más lluvia, más viento, otra vez los perros acojonados, otra vez los niños sin clase.
Julia me besa. Me besan muchas mujeres. Hombres que me dan la mano.
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Esa misma noche terminé con la tos de un jovencito fumando y creyéndose gigante por estar solo y hacerle frente a la noche más puta de los últimos años. En una plaza de La Orotava. ¡Qué coño voy a saber yo el nombre de la puta plaza! Le llegué por atrás para meterte las tijeras en un ojo. Luego en la boca, en la cabeza, en el corazón, creo.
Y sereno, bajé caminando. Madrugada bendita. Luna en lo alto. Por fin.
(Continuará).
y comenta
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El mayor miedo es lo bien que te metes en las psiques enfermas, querido y retorcido amigo...Escribe tus comentarios...Tu protagonista no es capaz de resolver sus propios conflictos y usa la muerte como sucedaneo, como un chute evasor. La falta de empatia le sale por los poros, un auténtico psicópata.Interesante