


Su ropa era una verdadera molestia. La ahogaba y yo era quien la salvaba. Juez, jurado y verdugo de su verdad. Alcaide de su pensar. Era un pecado mirarla y no estar obligado a tentar.
Aun recuerdo los rasgos de su rostro.
La delicadeza de su habla.
La rudeza y firmeza de su mirada.
El pudor de sus pensamientos cual sol en su punto mas alto.
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Nuestros encuentros eran algo tan sutil como el viento acariciando su cabello.
Haciendo a un lado la formalidad.
Íbamos directo al grano.
Omitiendo textos y pretextos.
Estirando el tiempo como Julio Cortazar en sus cuentos.
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Su ropa era una verdadera molestia.
La ahogaba y yo era quien la salvaba.
Juez, jurado y verdugo de su verdad.
Alcaide de su pensar.
Era un pecado mirarla y no estar obligado a tentar.
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Sus labios eran como escarlata ardiendo.
Su piel.. Era un manto en el invierno.
Las estaciones pasaban con solo su compañia.
Desearla era complicado y tenerla lo era mas aun.
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Ella era un lienzo en blanco.
Y como DiCaprio pintar a Rose en el mueble de aquel barco.
Quería desnudar su ser de tanta ropa ajena.
Supe que la soledad es un instrumento que esta en el bolsillo de cualquiera.
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Tenerlo todo y no poseer nada.
Asi me sentia yo, no la tenia a ella.
Estaba en un desierto, buscando espejismos.
Buscando en la vida lo incierto.
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No puedo dejar de verla en mis frases.
En mi empalmes.
Me mantengo en un trance.
Su imagen en mi mente mantiene vivo al cardenal del paisaje.
y comenta
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saludos
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Me ahogo en un mar creado por mí, en el que mi conciencia es el depredador más feroz e irónicamente yo soy la presa.
Que hubiese pasado si hubiese cambiado un pequeño y poco notorio aspecto de mi pasado? ¿Mi presente seria diferente? ¿Seguiría esclavo de mis pensamientos?
Mis recuerdos ahora son una imagen descompuesta en tantas palabras como hojas secas en el suelo.
Su ropa era una verdadera molestia. La ahogaba y yo era quien la salvaba. Juez, jurado y verdugo de su verdad. Alcaide de su pensar. Era un pecado mirarla y no estar obligado a tentar.