


Belleza.
(Canción: My Gift of Silence de Blackfield)
Relojero de profesión, aunque preferiría decir de nacimiento. Su virtud por los engranajes, manía camuflada de precisión, lo llevaron a sortear los decenios para lograr un instante atrapado en el hielo de una imagen, la única foto de su existencia. En ella el relojero se muestra junto a un autómata, belleza de metal agrietada cual estatua de mito conservado, posible Venus contemporánea gracias a las manos de su autor. El relojero sonreía, y era arte su expresión. El relojero se contenía, a punto de explotar por la emoción acumulada durante años de trabajo. El relojero... no te conozco, envidia de inventores, no alteras mi sueño y sin embargo permaneces en mis rincones.
¿Qué fue de aquella que te definió? Quiero creer que una vida destinada al proceso monótono jamás es malgastada.
El ángel de falsa plata contenía un corazón carmesí, rubí de los anhelos. Parecía dormida, sonríendo en un plácido sueño de oscuridad, ignorante del color, del brillo de su piel como plástico. Miro la foto y lo imagino hablando con su creación, susurrándole que pronto podrá ver el mundo. Lo recreo sonriente con la boca abierta, entre pausas de su explicación sobre el verde y el hermano azul predominantes, hablando al aire sobre la vida y la magia de pisar un suelo; de las emociones y sentimientos, tan crueles nosotros como ellos, tanto hacia fuera como dentro. Es parte de la creación del autómata, como hablar a un bebé dentro del vientre. Pero el mundo por mucho que se explique, hasta que no lo ves... y de mientras, la sonrisa de la diva. Me inunda el pecho, y frente a esa foto me siento desconocedor del mundo, que por mucho que observe nunca podré existirle. Me apena, pero a la vez me resulta un vicio.
Es a partir de un punto que nace el universo, y a partir de la foto investigué la historia del relojero. De nombrar a su obra maestra ni rastro, pero de sus otros proyectos están plagados los escritos. Sin embargo, ninguno me entusiasma, ni el reloj atómico más preciso, ninguna de esas maquinarias de mil engranajes me delata una sensación: en mi interior hay una oscuridad que necesito llenar con los soles que dan vida, con cometas que fecundan planetas. Es recordar la única pista que me estremezco, y el cuerpo siente un falso orgasmo mezclado con el temor.
El relojero murió en un incendio en su propio lugar de trabajo, y allí no encontraron nada similar a otra figura humana. La autómata no estaba, y esa desgracia me llena de esperanza. Tu imagen se atasca en mi mente y me obliga a moverme, a buscarte por si te robaron o...
Te escapaste.
Sabiéndote viva, andaste, huiste de aquel infierno al que no pertenecías, observando a tu creador que fue condenado por jugar a ser Dios. Te imagino con esos ojos inmóviles, pestañeando como futil detalle de perfección, ladeando el rostro mientras un cuerpo grita y se desintegra vestido de llamas.
Tú, angel sin alas, fría y evocadora.
Pero temo, como ser me recubro el interior de miedo y deduzco que quizás fuiste destruida, que los incendios a veces no son casualidad. Si así hizo tu dueño, le comprendo, pues tanto detallismo no es posible ser visto, no hay ojos dignos. Y sin embargo, aquí tengo la foto.
He visitado el hogar donde naciste, y me parece vislumbrar tu rastro en forma de polvo de estrellas. Dejaré que mi intuición me guíe. ¿Caminaste hacia el bosque? Que los lobos embobados me marquen el camino.
y comenta
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Buscando a ese ángel sin alas, a esa Venus posible, escapada del odioso relojero. Es un placer leer estos textos en el que sazonas la historia con el ripio de la lírica, y dejas que se eleve la imaginación y no le cortas los hilos a la expresividad, y haces y deshaces la trama dejándola expuesta, vulnerable. Brillante.


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Músico, escritor y guionista de cómics. Y, por fin, con primera novela: http://bit.ly/UnDiaPerfectoparaElis