Encuentro auspiciado por el destino.

Aunque no fue premeditado ni a propósito, ayer casi me matas, la noche la convertiste en una larga agonía, sin pretenderlo, sin siquiera imaginarlo, te ví, me viste, sin querer, nos vimos.

Estás mucho más bonita, el cabello lo conservas largo, oscuro y bastante negro, estás más alta y mucho más mujer, tu sonrisa sigue moviéndome las bases, sigue desestabilizándome, estás más madura, más señorial, más viva, y el caso es que nunca quise saberlo, intentaba olvidarte, olvidar tus ademanes y tu forma de hablar, de reir, de sonreir, de disimular no haberme visto, pero volviste a aparecer por aquí, admiro tu valentía y el coraje inmenso de pretender disimular mi presencia, pero te quedó mal, tartamudeaste y te descubrí, exageraste tus gestos y lo noté.

Lo peor no fue que aparecieras, lo peor es que ahora no quiero que vuelvas a marcharte...

A pesar de todos los intentos de apartarte de mi vida, de mis proyectos y sueños, nunca llegan a ser suficientes, siempre falta algo, ésta herida que empezaba a cicatrizar la haz vuelto a romper y la sangre no para de correr, se riega por mi pecho y a veces he llegado incluso a sentir el amargo sabor del hierro en mi boca, lo saboreo, es la sangre que riegas, es también la sangre que eres, la que me dejaste que era tuya,  y que aún conservo.

Ayer te ví.

Ayer me envenenaste de nuevo.

Intentaré entonces, que el mañana me traiga la vida que te llevaste, para no recurrir al dolor nuevamente, para poder soportar la perdida que significas,  y el lacerante ardor que te haces en mi memoria.