


CARLOS
Drama |
02.03.08
Sinopsis
CARLOS.
Aquella mañana fui a verlo. Hacía calor fuera. Entré rápidamente por la puerta principal. Mientras esperaba el ascensor tragaba saliva, no me gustan los hospitales, me afecta mucho el sufrimiento, sobre todo el de los niños, supongo que como a casi todo el mundo. No estaba en su habitación, allí su madre me dijo que estaba en la guardería. Subí otro piso. Había una pequeña de unos cuatro años, lloraba sin parar. Él estaba en su silla de ruedas, observando atentamente al resto de sus compañeros. “Tito, ¿qué me has traído?” “Nada, Carlos, he venido a verte porque pasaba cerca”. Tenía los ojos cansados y dificultad en el habla. A pesar de su edad el sufrimiento era su compañero, el hospital, su segunda casa.
Han pasado unos meses desde el fatal desenlace, y ahora escribo unas líneas, no para enzarzar a mi primo, halagarlo como se merece (ya lo han hecho otros por su enorme corazón y su entereza para luchar contra esa cruel enfermedad: la neurofibromatosis, que acabó con él con apenas nueve años) sino para describir una escena en la que vi a mi tía abrazando con fuerza un almohadón, lloraba desconsolada y entre sollozos como una letanía no paraba de repetir: “qué vacío más grande tengo, quiero abrazar a mi niño y ya no está aquí, no se puede explicar lo que me pasa”. Sí se puede, eso es tristeza. Verdadera tristeza.
Antonio Villalba Moreno
Aquella mañana fui a verlo. Hacía calor fuera. Entré rápidamente por la puerta principal. Mientras esperaba el ascensor tragaba saliva, no me gustan los hospitales, me afecta mucho el sufrimiento, sobre todo el de los niños, supongo que como a casi todo el mundo. No estaba en su habitación, allí su madre me dijo que estaba en la guardería. Subí otro piso. Había una pequeña de unos cuatro años, lloraba sin parar. Él estaba en su silla de ruedas, observando atentamente al resto de sus compañeros. “Tito, ¿qué me has traído?” “Nada, Carlos, he venido a verte porque pasaba cerca”. Tenía los ojos cansados y dificultad en el habla. A pesar de su edad el sufrimiento era su compañero, el hospital, su segunda casa.
Han pasado unos meses desde el fatal desenlace, y ahora escribo unas líneas, no para enzarzar a mi primo, halagarlo como se merece (ya lo han hecho otros por su enorme corazón y su entereza para luchar contra esa cruel enfermedad: la neurofibromatosis, que acabó con él con apenas nueve años) sino para describir una escena en la que vi a mi tía abrazando con fuerza un almohadón, lloraba desconsolada y entre sollozos como una letanía no paraba de repetir: “qué vacío más grande tengo, quiero abrazar a mi niño y ya no está aquí, no se puede explicar lo que me pasa”. Sí se puede, eso es tristeza. Verdadera tristeza.
Antonio Villalba Moreno
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Hacía casi 10 meses que no entraba en esta página y desde luego que hoy me has trasmitido mentalmente que habías colgado este relato conmovedor porque son las 8,30 de la tarde y se me ha ocurrido conectarme a internet y ver si habías escrito algo nuevo por casualidad. Dado lo poco prolífico que eres(aunque todo es bastante bueno) considero que tenemos una conexión casi mágica que espero que no se pierda en el tiempo. Un beso, tu relato invita a la reflexión. Amapola:'(Que tristeza!!si que es triste, muy triste, me ha gustado leerte, nunca lo había hecho, saludos
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En un mundo donde no podemos estar sin móvil, donde pertenecemos a múltiples grupos, a veces, es necesario soñar para salir de la rutina.
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