


A veces la condena puede ser algo eterno...
De manera casi diaria, suelo tener los mismos sueños. Y ya no sé, si son sueños agradables o terribles pesadillas.
Sueño con mí vida, o lo que era de ella antes de esto. Sueño que juego al fútbol con mis hijos en el jardín de mi casa, que me río con ellos y que alguna vez que otra, tengo que reprender a titan, un pequeño yorshire que con mis hijos y mi mujer es una ricura, pero a mi me odia.
Sueño que hago el amor con mi mujer, Alexia. Que los niños no estaban en casa y podíamos tener una noche para nosotros. Bebíamos una botella de vino rosado, que, aunque a mí no me agrada, si es con ella, no me sienta tan mal.
El sueño se repite, noche tras noche. Incluso algún día que otro, si por un momento me escapó hacia el subconsciente, puedo soñar despierto casi con las mismas secuencias.
A veces también sueño con mi trabajo, sueño como olía la libertad.
Prácticamente desde que estoy privado de ella, sueño con como era. Ahora condenado y encerrado, si la libertad tuviera un olor, olería a un pasado mejor.
Se que mí vida, aunque haya cambiado al estar aquí encerrado, sigue su curso. Pero la sensación de impotencia y tristeza que me atrapa y me destruye cada día, no es algo fácil de sobrellevar.
¿Se olvidaran de mí? Se olvidarán mis hijos de su padre, mi mujer de su marido…quisiera gritar tan alto que me ahogase en ese grito. Y, sin embargo, hasta se me ha privado de voz.
No tuve la culpa, no tuve la culpa de nada y me encuentro pagando una condena que no debería de ser para mí. ¿Por qué a mí? No puedo evitar pensarlo, preguntármelo mentalmente en cada momento de mi vida, porqué yo, tengo que estar encerrado.
Día tras día, una vez despierto, me repito lo mismo. Una y otra vez intento no olvidar quién soy ni quienes rodean mi vida. Aunque cada día tema por quedarme solo con el tiempo.
Solos yo y mi cuerpo. Solo yo y la simple perspectiva que alcanzo al mover la vista.
- Señora, puede pasar – Rompía el pensamiento de Ricardo, una enfermera que entraba en la habitación y que, con el rabillo del ojo, la alcanzaba a ver.
Los hijos de Ricardo, entraban en la habitación correteando como niños que eran. El mayor de ocho años y el menor apenas de seis.
- ¡Papá, papá! – Exclamaban alborotados al acercarse a la camilla donde se encontraba su padre.
- ¡Niños! Tener cuidado – Decía Alexia, haciéndolos cesar en su júbilo, más que con las palabras, con una mirada que llamaba al respeto.
Por el ojo izquierdo de Ricardo, brotaba una tímida lágrima, que recorría su mejilla, ganando verticalidad hacia su cuello. Desde que un grave accidente de trabajo le causo una tretraplejía, todo en su vida había cambiado y aunque ver a su familia le daba fuerzas, en su soledad con sus pensamientos, quizás desearía haber muerto aquel día. Al menos así, no hubiera perdido la libertad.
y comenta
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Muchisimas gracias!Muy profundo, sin duda gran relato, sigue así.Muchas gracias por vuestro tiempos y vuestras opiniones, se agradecen. Saludos.Un relato muy emotivo. Triste y duro. La vida tiene esas cosas; al que le toca, le toca. A unos les toca antes, a otros después. A unos les tocan unas cosas; a otros, otras. Buen trabajo.Buen texto. El protagonista no esta solo. Saludos
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Relato corto aprovechando las fiestas para recordar de alguna manera que para ellos, sus milagros somos nosotros, pero no solamente en estas fechas. Y también desearles a todos/as integrantes de esta página una Feliz Navidad y unas felices fiestas.


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Escritor novato, me divierto creando historias. . . Dejo el enlace de mi página fe Facebook, donde además, le doy "portadas" a mis relatos. https://www.facebook.com/Mucho-Que-Contar-1303207186457680/