


A veces creo que tenemos lo que nos merecemos.
Cuando ando nervioso por las estrechas y oscuras calles de mi ciudad, o entre coloridos parques y luces sin nombre y rechazos de abrazos sinceros,
entre pinos y nidos de asustadizos pájaros buscando alimento,
lo pienso y me digo que no, que ya nada de nada,
que nada queda ya que no sea el poder o la maldición de absorberlo todo,
sin cortes ni particiones ni porciones de un mundo que nos pertenece desde el día en que así lo creímos,
desde el día en que fuimos capaces de vendernos por algo menos que nuestras vidas, por algo más que nuestra libertad.
A veces creo que tenemos lo que nos merecemos;
confianzas quebradizas que se rompen, poco a poco y sin saberlo;
verdades que tienen puntos de vista,
respeto que solo sugiere su ausencia,
libertad pactada entre despachos con olor a dinero.
Y sin embargo,
me resisto a creer que tan solo seamos voluntades dispuestas a amoldarse acorde nuestros miedos,
me resisto a creer que no es posible otra manera de entender el arte de ser humanos,
me resisto a creer que perdemos lo que tenemos porqué no hacemos caso;
me resisto a creer a aquellos que quieren que les crean,
porqué ellos saben igual que yo
que tampoco tienen ni idea.
A veces creo que tenemos lo que nos merecemos,
por fiarnos de quién no debemos y menospreciar la importancia de lo que pensamos que es correcto, como si la virtud de la justicia fuese un crédito optativo de la universidad o un don supremo de los elegidos para gobernarnos.
No tenemos porqué aguantar esto.
No tenemos porqué ser súbditos de un rey, ni de su corte de garrapatas de manos largas,
no tenemos que aguantar las continuas e infantiles disputas verbales que mantienen los gobernantes,
no tenemos porqué aguantarlos cuatro años sin rechistar para que actúen a su antojo,
no tenemos porqué trabajar para pagar sus errores ni sus sueldos señoriales,
no tenemos porqué ser esclavos de un sistema que existe para protegernos de la esclavitud,
pues el sistema lo hacemos nosotros, lo decidimos nosotros, somos nosotros.
Cuando el eco de tantas voces se vuelva atronador, y sus cómodas sillas de roble y sus cojines de seda crujan y tiemblen al ritmo de la ira de un pueblo,
de nada les servirán los vacíos discursos del miedo ni sus leyes de nobleza arrogante;
de nada les servirán, cuando seamos conscientes que tenemos derecho a dictar nuestras propias reglas
y a ser dueños constantes y conscientes de las decisiones tomadas en nuestro nombre.
y comenta
-
Muy verdadero, excelente!amen .... otro si digo: pusiste en tu descripción que estas aprendiendo a aprender....... otra buena cosa es desaprender lo aprendido ....Bien dicho.
-
Segundo capítulo de esta intrigada historia. El joven periodista se ve envuelto en un asunto misterioso, y las cosas empiezan a descontrolarse. Hay que decir que no es un chico que tenga decisiones acertadas.
Siempre influenciamos en el estado anímico de las personas que nos quieren y admiran; tenemos que ir con mucho cuidado, pues nuestras actitudes y acciones hacia esas personas pueden cambiarles la vida, para bien o para mal, aún sin ni siquiera darnos cuenta. Esta es la carta de un chico hacia su hermano mayor, que partió sin previo aviso, dejando su casa sombría y melancólica, y las consecuencias que tuvo esta marcha para el hermano pequeño.