


El amor a una temprana edad
Humor |
16.03.09
Sinopsis
tercera entrega.
Clementino folló con 12 años y se la chuparon con 13, ¿qué más podía ansiar? A esa edad, ninguno de sus amigos si quiera había besado a una chica. Él, en cambio, ya sabía qué era aquello, sabía qué se sentía al penetrar a una hembra, al agarrar sus pechos y retenerlos suavemente con las manos mientras accedía hasta el fondo de su coño. Sabía como complacer a una mujer y como dejarla rendida, casi aturdida, después de retozar salvajemente, como animales en celo. Clementino, recordémoslo, sólo tenía 13 años cuando ya se había convertido en un sabio. Solía preguntarse, ¿cómo será la próxima vez? Y es que, Clementino, no dejaba de sorprenderse a si mismo con nuevas destrezas.
A pesar de todo, sus padres, seguían comprándole los calzoncillos y preparándole el desayuno para la hora del patio.
Un día, mientras caminaba por la calle, pensaba en todas las chicas con las que había estado, al menos las que él recordaba. Todas habían pretendido acostarse con él varias veces, pero eso nunca ocurrió. Temía Clementino que aquello conllevase la monotonía, el aburrimiento, que le estancase a él mismo, a su desbordante imaginación que tanta dicha le había proporcionado hasta aquel momento de su vida. Clementino, sin duda, era el mejor de todos follando, pero, acaso, no sabía qué era amar a una mujer durante más de una hora. Intentó practicar la abstinencia cierto tiempo. Fue un absurdo propósito que albergaba cierta esperanza de auto-redención por no saber querer.
Las cosas marcharon bien hasta al quinto día, cuando se topó con su vecina en la portería de casa. La vio entrar, y solo verla la imaginó desnuda y trotando sobre su verga, allí mismo, frente a la puerta del ascensor. Ella llevaba puesto un vestido rojo, muy corto y con un tremendo escote. Se asomaban por la “V”, de vicio, casi la totalidad de sus pechos, únicamente los pezones permanecían resguardados por aquella fina tela, que él, ya había traspasado con sus ojos. Su vecina, que se llamaba Carlota y tenía seis años más, le saludó. Clementino balbuceó alguna cosa, algo extraño pronunció aunque no se entendiese nada. Eran los nervios, su polla ya había empezado a crecer, y como no era precisamente pequeña, ella no tardaría en darse cuenta. Y así fue, bajó la mirada y sonrió, -vaya, parece q te alegras de verme- dijo con una voz muy pícara. -¿Quieres que lo hagamos ahora?- Nuestro héroe estaba acostumbrado a llevar él la iniciativa, y aquella situación le desconcertó, aunque no le pasaba por desapercibido lo excitante de todo aquello. Aun lo contrario, empezaron a sudarle las manos y el latido de su corazón se hizo más constante, como si pronto hubiese de morir. Sentía cada poro de su piel como una parte más de su cuerpo, y su polla, ya había llegado a los dieciocho centímetros de rigor. Carlota, sin ninguna vergüenza se bajo la parte de arriba del vestido, -fóllame- le susurró al oído. Clementino, que ya había olvidado su promesa de abstinencia, no vaciló a tomarla por el culo y a entrar en el ascensor, q ya había llegado hacía un rato. La mantuvo agarrada por el trasero
y la apoyó contra el espejo.
Luego, se bajó los pantalones como pudo, a ella, bastó con apartarle un poco el tanga para poder penetrarla. Picó al ático y todo ocurrió. Apenas gritaron, contuvieron todo el placer en sus miradas, en los contoneos que se regalaron en apenas dos minutos, en cada meneo de caderas. En cada gota de sudor.
A pesar de todo, sus padres, seguían comprándole los calzoncillos y preparándole el desayuno para la hora del patio.
Un día, mientras caminaba por la calle, pensaba en todas las chicas con las que había estado, al menos las que él recordaba. Todas habían pretendido acostarse con él varias veces, pero eso nunca ocurrió. Temía Clementino que aquello conllevase la monotonía, el aburrimiento, que le estancase a él mismo, a su desbordante imaginación que tanta dicha le había proporcionado hasta aquel momento de su vida. Clementino, sin duda, era el mejor de todos follando, pero, acaso, no sabía qué era amar a una mujer durante más de una hora. Intentó practicar la abstinencia cierto tiempo. Fue un absurdo propósito que albergaba cierta esperanza de auto-redención por no saber querer.
Las cosas marcharon bien hasta al quinto día, cuando se topó con su vecina en la portería de casa. La vio entrar, y solo verla la imaginó desnuda y trotando sobre su verga, allí mismo, frente a la puerta del ascensor. Ella llevaba puesto un vestido rojo, muy corto y con un tremendo escote. Se asomaban por la “V”, de vicio, casi la totalidad de sus pechos, únicamente los pezones permanecían resguardados por aquella fina tela, que él, ya había traspasado con sus ojos. Su vecina, que se llamaba Carlota y tenía seis años más, le saludó. Clementino balbuceó alguna cosa, algo extraño pronunció aunque no se entendiese nada. Eran los nervios, su polla ya había empezado a crecer, y como no era precisamente pequeña, ella no tardaría en darse cuenta. Y así fue, bajó la mirada y sonrió, -vaya, parece q te alegras de verme- dijo con una voz muy pícara. -¿Quieres que lo hagamos ahora?- Nuestro héroe estaba acostumbrado a llevar él la iniciativa, y aquella situación le desconcertó, aunque no le pasaba por desapercibido lo excitante de todo aquello. Aun lo contrario, empezaron a sudarle las manos y el latido de su corazón se hizo más constante, como si pronto hubiese de morir. Sentía cada poro de su piel como una parte más de su cuerpo, y su polla, ya había llegado a los dieciocho centímetros de rigor. Carlota, sin ninguna vergüenza se bajo la parte de arriba del vestido, -fóllame- le susurró al oído. Clementino, que ya había olvidado su promesa de abstinencia, no vaciló a tomarla por el culo y a entrar en el ascensor, q ya había llegado hacía un rato. La mantuvo agarrada por el trasero
y la apoyó contra el espejo.
Luego, se bajó los pantalones como pudo, a ella, bastó con apartarle un poco el tanga para poder penetrarla. Picó al ático y todo ocurrió. Apenas gritaron, contuvieron todo el placer en sus miradas, en los contoneos que se regalaron en apenas dos minutos, en cada meneo de caderas. En cada gota de sudor.
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Quizá le falte sensualidad y le sobre pornografía. Un poco más de psicología del personaje tampoco vendría mal, porque solo enseñas a un chaval salido...como cualquiera. Aun así me gustan los riesgos.
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