


Cuento ya publicado. revisado y modificado.
La celebración del cumpleaños de Matías, estaba muy animada. Yo como siempre no lograba abandonarme totalmente al jolgorio y la alegría. Sentir una total despreocupación y entusiasmo por los sucesos presentes, aun los más promisorios, no era mi naturaleza. Pensándolo mejor, ejercía una especie de autotortura llevaba a cabo una perversa especulación que me pronosticaba sufrimientos y dolores profundos. Los escasos momentos de tranquilidad no compensaban ese brutal cúmulo de presagios aterradores. Miraba alrededor y no comprendía esa euforia ilimitada.
Claro que yo consideraba al mundo como un lugar insufrible y aterrador; en ese caso no tenía oportunidad de disfrutar algo bueno aunque fuera por unos instantes.
Me alejé un poco del grupo alborotado que a despecho de todo mal, festejaban. Por un momento los envidié, consciente de que mis especulaciones y terrores no eran un reaseguro para evitar los males autopronosticados, pero la naturaleza de mi estructura mental, me prohíbe ser feliz o sentirme feliz, aunque mas no fuera estar alegre, pasar un buen rato, o vivir, simplemente vivir.
Entre los del grupo alegre, estaba Victoria, una chica a la que conocía desde la infancia por ser vecina del barrio y haber jugado juntos siendo niños. Ella con el tiempo se había convertido en una joven mujer hermosa y yo como siempre comencé a sentirla lejana, muy lejana. Sentía que la confianza construida durante los juegos infantiles, se había esfumado. Por supuesto era claro que esta idea era una fantasía creada por mí, y que probablemente no respondía a la realidad.
Sentado a algunos metros los observaba y me alegré por ellos, cerré los ojos para aislarme lo más posible.
De pronto percibí un perfume exquisito y unas manos delicadas taparon mis ojos.
—Hola dijo la voz conocida que yo ansiaba. Victoria se permitía un gesto cariñoso. Siempre me fascina esa frescura que tienen las mujeres para hacer lo que por lo menos yo jamás me atrevería hacer, esa espontaneidad me causó deleite y me inhibió a la vez. — ¿por qué acá solito? (Porque soy un imbécil; pensé) y no contesté nada. Me tomó de la mano y me llevó hacia el grupo que bailaba y reía sin preocupaciones inútiles. Yo me sentía mareado, Victoria se divertía por ella y por mí. Yo mansamente seguía su voluntad.
La fiesta continuaba animada y ruidosa. me abandoné al jolgorio general y decidí no pensar, seguí a Victoria en cada una de sus iniciativas, reí y grité y me mezclé con todos, sin embargo me sentía más y más pequeño ante ella que era una diosa inalcanzable .
En un esfuerzo enorme para vencer mi introversión, le dije a Victoria que la amaba, ella no pudo contener la risa y me dijo —Yo también tonto.
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Soy psicólogo social y docente en actividad. Me jubilé en una empresa de energía, después de 42 años tengo 68 años