


El París de quienes nunca dijeron adiós
Varios |
16.12.06
Sinopsis
Jamás me he sentido tan extranjera como el día en que regresé a casa. Mientras abrazaba a mis padres tras varios meses de ausencia, sentía como si con aquel emotivo gesto me alejara otros dos mil kilómetros del lugar que había dejado de pisar tres horas antes. Apenas fui capaz de pedir un café en mi propio idioma, sin tener que vadear desesperada las mismas palabras en aquella otra lengua. Aquel desparpajo, la alegría que siempre caracterizó mi tierra, regurgitaban en mi estómago como diabólicos elementos de desintegración; jamás pensé que llegaría a echar tanto de menos la sequedad gabacha.
Aquellas preguntas me robaron el aliento, volátiles preguntas que me animaban a relatar mis últimos meses de vida, a convertirlos en otro anecdótico episodio coleccionable, apilable álbum de fotos, o bonito adorno en el currículum. Justificar mi prolongada ausencia con un retrato fiel de “mi yo” en aquel otro lugar - “¿No vas a contar nada?” - Para qué explicar que el silencio es el único aliento respirable cuando las palabras duelen tanto.
Con la frente vibrando contra el cristal del coche, me enfrenté de nuevo a la ciudad que me vio marchar en un mar de lágrimas, y que me observaba regresar confusa en un estado no menos lamentable. Sólo era capaz de pensar que me encontraba a escasos minutos de traspasar el umbral del que siempre fue mi hogar; y recordé aquella tarde de otoño en que odié tener que marcharme, tanto como odiaba tener que regresar. Siempre tarde.
Mi maleta rodó tres pisos hasta dar contra la puerta de la calle. La escuché caer sin inmutarme, parada sobre mis pies confundidos, ajenos a su próximo destino. Jamás estuve tan sola como en aquel adiós, jamás lloré tanto por dentro sin dejarme llorar por fuera.
Respiré profundo una vez más, confiando que aquel olor que ahora no percibía, por ser el olor en que estaba envuelta aquella vida, volviera a mí en cualquier otro lugar, en un momento inesperado, y me impregnara de sentimientos extraviados. Fuera amanecía, y me sentí furtiva abandonando aquella ciudad al alba, sin despedidas, sabiendo que mi vida aún dormía repartida por los rincones que nunca me verían marchar.
La soledad absoluta, aquella que realmente ahoga, la que anuda las entrañas y te roba el alma, quedaba reflejada en las tibias luces que despertaban mi calle desierta. El traqueteo de las ruedas de mi maleta sobre el acerado fue la única melodía que quise prender en mis oídos, me dediqué a atrapar todos los recuerdos ocultos en las esquinas de aquel ruidoso barrio, todos los secretos que guardé bajo sonrisas nevadas, las frías mañanas, las tardes de lluvia, la compañía, las ausencias, los paseos entre silencios y derrotas, los desconocidos que juzgaban mis ojos templados, y aquellos otros que cantaron para mí; el tulipán que murió en mi ventana aquel mes de mayo. Tan terrible es no reconocerte en tus propios pasos, no querer leer en tus propios pensamientos, no saber llorar tus propios fracasos. Abandoné aquel lugar, es cierto, pero aún hoy, meses después de aquella terrible despedida, estoy segura de que me olvidé algo. Algo tan importante, que no volveré a respirar hasta que regrese.
Aquellas preguntas me robaron el aliento, volátiles preguntas que me animaban a relatar mis últimos meses de vida, a convertirlos en otro anecdótico episodio coleccionable, apilable álbum de fotos, o bonito adorno en el currículum. Justificar mi prolongada ausencia con un retrato fiel de “mi yo” en aquel otro lugar - “¿No vas a contar nada?” - Para qué explicar que el silencio es el único aliento respirable cuando las palabras duelen tanto.
Con la frente vibrando contra el cristal del coche, me enfrenté de nuevo a la ciudad que me vio marchar en un mar de lágrimas, y que me observaba regresar confusa en un estado no menos lamentable. Sólo era capaz de pensar que me encontraba a escasos minutos de traspasar el umbral del que siempre fue mi hogar; y recordé aquella tarde de otoño en que odié tener que marcharme, tanto como odiaba tener que regresar. Siempre tarde.
Mi maleta rodó tres pisos hasta dar contra la puerta de la calle. La escuché caer sin inmutarme, parada sobre mis pies confundidos, ajenos a su próximo destino. Jamás estuve tan sola como en aquel adiós, jamás lloré tanto por dentro sin dejarme llorar por fuera.
Respiré profundo una vez más, confiando que aquel olor que ahora no percibía, por ser el olor en que estaba envuelta aquella vida, volviera a mí en cualquier otro lugar, en un momento inesperado, y me impregnara de sentimientos extraviados. Fuera amanecía, y me sentí furtiva abandonando aquella ciudad al alba, sin despedidas, sabiendo que mi vida aún dormía repartida por los rincones que nunca me verían marchar.
La soledad absoluta, aquella que realmente ahoga, la que anuda las entrañas y te roba el alma, quedaba reflejada en las tibias luces que despertaban mi calle desierta. El traqueteo de las ruedas de mi maleta sobre el acerado fue la única melodía que quise prender en mis oídos, me dediqué a atrapar todos los recuerdos ocultos en las esquinas de aquel ruidoso barrio, todos los secretos que guardé bajo sonrisas nevadas, las frías mañanas, las tardes de lluvia, la compañía, las ausencias, los paseos entre silencios y derrotas, los desconocidos que juzgaban mis ojos templados, y aquellos otros que cantaron para mí; el tulipán que murió en mi ventana aquel mes de mayo. Tan terrible es no reconocerte en tus propios pasos, no querer leer en tus propios pensamientos, no saber llorar tus propios fracasos. Abandoné aquel lugar, es cierto, pero aún hoy, meses después de aquella terrible despedida, estoy segura de que me olvidé algo. Algo tan importante, que no volveré a respirar hasta que regrese.
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Has despertado en mi sentimientos que no me traen buenos recuerdos. Me ha gustado de todas formasHace tiempo me sentí así, pero me has ayudado a recordarlo.Simplificar; supogo que simplificar es la solución para llevar siempre lo que importa con uno mismo. Pero sólo lo supongo.Transmites sentimientos con la estructura y palabras adecuadas. El centrarte en detalles tan pequeños ayuda a configurar una imagen más grande del sentimiento. Lo que describes me está empezando a pasar a mí ahora, quizás por eso me haya resultado más significativo.Opino que sólo un escritor sabe cómo sublimar los sentimientos. Tú sabes hacerlo, eso está fuera de toda duda. En un trabajo tuyo anterior dije que dabas la impresión de conocer París, de haber estado a gusto en él, y en este texto queda confirmado. Nos ofreces en tus relatos siempre un bello ramillete de sentimientos muy perfilados en todo momento, muy bien descritos, y eso que es hermoso es también digno de agradecer por nosotros los lectores con almas sensibles. Gracias pues.La vuelta a casa. Parece muy adecuado hablar de ello en estas fechas. Cuán cargoados de sentimientos sunene tanto la marcha como el regreso.Nunca he estado tan tiempo lejos de mi tierra, pero me haces ver un poco de lo que debe vivirse cuando tu hogar ya comienza a estar en dos sitios distantes. transmites los sentimientos muy bien, y usas las palarbas adecuadas para ello.
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