


Medita sobre la soledad.
De repente entreabrió los ojos. La luz del sol de mediodía, después de mucho tiempo, llegó al fin más allá... Tan pronto como empezó a despegar los párpados, sus pupilas sintieron el tórrido impacto de una claridad infinita, como si miles de cañones hubiesen comenzado a disparar refulgentes proyectiles contra él.
Se hallaba estirado sobre una roca, semidesnudo, sin conciencia, sin las fuerzas necesarias para levantarse y poder contemplar a su alrededor. Lo que más le preocupaba, no era saber donde estaba, eso lo adivinaría tarde o temprano, lamentaba no recordar quien era él, si quiera ser capaz de evocar un recuerdo que le diera alguna pista sobre su incierta identidad. Hizo un esfuerzo, inútil, en pensar sobre qué podía pensar, pero nada relevante le vino a la cabeza, sólo palabras hueras e inconexas.
Todo reposaba de manera visiblemente teledirigida, como si gotas celestiales cayesen con precisión sobre las viejas teclas de un piano recién afinado. Ni el rumor del mar, ni la brisa, ni un pajarillo cantando... Nada podía escucharse. Contradictoriamente, la quietud más absoluta se aferraba con desespero a cada pálpito vital, silenciando así, no un sonido, ni un hálito, sino algo más, la esencia de un murmullo que todavía no se ha pronunciado.
Sin pensarlo demasiado, golpeó repetidamente las palmas de sus manos contra la roca. Había empezado a ponerse nervioso, alguna cosa le impedía revelarse contra ese estado inmóvil, casi inerte, que le había embriagado los sentidos hasta aniquilar su voluntad. Sintió, al oír nítidamente el choque que acababa de provocar, un ligero alivio, una placentera sensación de sosiego que recondujo los acontecimientos a su principal cauce. ¡El tiempo también transcurría fuera de su pensamiento! Algo extraño y que sobrepasaba la línea de lo racional y lo absurdo removía las entrañas de aquella atmósfera impenetrable de irrealidad. Sufría al sentirse tan solo, tan alejado de la especie humana como de las cosas, tan ausente de su ser como de la roca sobre la que en esos momentos se hallaba estirado.
Tras pasar algunas horas sin que nada cambiase, siendo testigo, o mejor dicho víctima, de la indiferencia hacia él de la irreversibilidad cósmica, claudicó.
Llegó a creer que su verdadero yo tal vez fuese un mero trazo pictórico de un cuadro del apocalipsis. Un trazo predestinado entonces a extinguirse de inmediato... pero no -pensó más tarde-, en los cuadros, las nubes no transitan, aunque la memoria del que las observa pueda evocarlas de otra manera, sólo son formas estáticas. Dijo: "Todo es inventar, lo demás no es nada"
y comenta
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Escribe tus comentarios...Interesante mirada en torno a la soledad, digna de Molloy o Malone.Queda poco para el día 21. SaludosHay que leerlo con mucha atencion, me gusto
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Quiero que te conviertas en mí, que puedas deslizar tus manos sobre el vacío y que su tacto, parecido al de las alas de una colosal mariposa, te recuerde al sabor de mi aliento