


Y allí esta ella sentada, viendo llover por la ventana, con una taza de café humeante. Su mentón se enterraba en la palma de su mano derecha y con la otra acariciaba la fría madera de la mesa. ¿Cuánto tiempo estuve observándola? No lo recuerdo, quizá fuero 10 o 15 minutos, quizá solo fueron 10 segundos.
Se acercó tímidamente a mi mesa una joven de unos 20 años deducí a primera vista.
−Aquí tiene su café −dijo con una sonrisa.
Ahora que lo pienso, nunca la había visto con detenimiento, quizá los días lluviosos ayuden a ver el mundo de otra manera, más transparentes, más nítidos, como si la lluvia limpiara el panorama que tenemos.
−Gracias – musité
No lo había notado, su sonrisa era contagiosa, era más cálida que el café que me había servido, sus líneas de expresión me sugirieron otra edad, 25 tal vez, pero sus ojos escupían juventud, una inocencia brotaba de ellos, eran negros, profundos y misteriosos como un mar calmo de una noche sin luna, eran febriles como los de una joven de 18 años. Se alejó de la mesa con una sonrisa que manaba dicha y ternura.
Tomé un sorbo de café. Volteé hacia la ventana, la otra chica seguía allí, perdida en un pensamiento indefinible. Sentí curiosidad por saber qué pensaba, qué ocurría por el mecanismo de su imaginación, sus ojos estaban clavados en algún punto del espacio. Su porte se me antojaba melancólico, como si recordara un viejo amor que aun paseaba por las calles. Creí verla sonreír, no estoy seguro, pero aun así imagino que fue un pensamiento tan hermoso como triste. Ella paseaba de la mano con su pareja, con sueños y promesas, problemas y tristezas, allí los dos abrazados por la lluvia, brincando en los charcos y muertos de risa.
A veces suelo divagar, imaginar cómo será la vida de los demás.
Doy otro sorbo de café, no recuerdo el día que deje de ponerle azúcar ni recuerdo los motivos, solo sé que hoy bebo café sin azúcar ¿habría un motivo tan especial para dejar de poner azúcar a mi café? Qué importancia tiene si deje de poner azúcar, solo importa tal como está en estos momentos.
Doy un vistazo a la cafetería, el barista está limpiando las tazas y las pone en el calentador del expreso. Dos metros a su derecha está la cajera absorta en el monitor del pc, al fondo se encuentra la mesera que me atendió, tomaba algo, supongo que café. Estaba concentrada escribiendo algo, posiblemente las cuentas del día, repasando el inventario o simplemente garabateando.
Curiosamente se podía sentir un aura melancólica y acaso nostálgica. De pronto ella detuvo lo que estaba garabateando en la libreta, volvió la vista con desasosiego, sus ojos se encontraron con los míos. No me di cuenta, estuve un largo tiempo observándola, observar no creo que sea el termino adecuado, mirar sí. No recuerdo detalladamente su cara, solo cosas esenciales, como la curvatura de su sonrisa, el tamaño de sus ojos negros y su expresión tímida. No destacaba sobre las demás personas de la cafetería, no era hermosa como la joven que miraba por la ventana, sin embargo, poseía algo especial, un enigma que ocultaba tras su sonrisa, era como una constelación de infinitas posibilidades.
De pronto se levantó de su silla, en el rostro se pintó una gran sonrisa. Alguien había entrado en la cafetería, voltee, quizá era la persona responsable de su sonrisa. Era un joven de unos 22 años de una sonrisa radiante, una cabellera revoltosa y talante pícaro, traía una camisa roja y un pantalón negro. Era otro mesero de la cafetería.
Sin previo aviso la chica de los garabatos paso, abriendo un paraguas al salir. Sobre mi mesa estaba una hoja de papel. Me quedé absorto un rato, después vi que la hoja era en la que ella estaba garabateando. Guarde la hoja en mi pantalón y pague la cuenta. Cuando salí ya no estaba, como si la lluvia fuera una cortina que ocultaba su presencia.
Regresé a mi casa empapado, me di una ducha y me vestí. Recordé la hoja que me había dejado. Estaba hecha pedazos. Me senté en la orilla de la cama a pensar que pudo haber sido, no lo sé, pudo haber sido cualquier cosa, en fin, termine escribiendo lo que había pasado para publicarlo en la revista universitaria, no es que me pagaran por hacerlo, pero cabe la posibilidad de que ella lea esto y me aclare lo que estaba en la hoja.
y comenta
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Has conseguido que esté enganchada cada segundo que me he pasado. Me ha gustado mucho. Un saludoParece tan real, que podría presuponer que es algo autobiográfico... o quizás no... no lo sé... "A veces suelo divagar, imaginar cómo será la vida de los demás." En cualquier caso es un bello relato, como dos almas se miran, pero no se encuentran... puede que con el tiempo lo hagan... Un saludo!