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Mi cuerpo danza sostenido por el redoble del tambor, ingiero el brebaje, recito las palabras. Luego de unas horas los árboles se empiezan a difuminar, yo bailo y olvido el dolor en mis piernas, bailo para eludir mi fijación en el presente.
De pronto me encuentro confinado en el cuerpo de un niño. Llevo un atuendo extraño y apretado. Me habían contado que algo así pasaría, no fue eso lo que me alteró, fueron las extrañas paredes que se cerraban sobre mi cuerpo, aberturas cubiertas con una especie de material transparente. Veo animales de piedra corriendo a un ritmo acelerado, veo tierra gris y estéril. Golpeo la pared y no cede, empiezo a gritar con ira y desesperación. Una mujer me pregunta sobresaltada: ¡¿Qué te pasa hijo?! ¡¿Qué te pasa!? yo trato de explicarle, pero mis palabras emergen retorcidas. ¡¿Qué te pasa!?, grita de nuevo. Luego recuerdo que pronto el efecto del brebaje pasará y trato de tranquilizarme. Un poco más calmado, trato de hablar con la mujer de nuevo, pero todo lo que digo se asemeja a un balbuceo demente. Las luces incandescentes chocan contra mi rostro como mil luciérnagas gigantes. Me doy cuenta de que me hallo en el interior de una de aquellas bestias. No puedo soportar la sensación de confusión y extrañeza que estas visiones me producen. Mi respiración se acelera y comienzo a jadear. La mujer apura el paso.
Llegamos a una choza alta con un símbolo que no conozco en lo alto. Un hombre viejo vestido de negro habla con la mujer, luego se me acerca y empieza a hacer preguntas, intento otra vez, con gran esfuerzo, explicarle que había tomado solo temporalmente el cuerpo del niño. De nuevo, mis palabras surgen deformes, veloces, ininteligibles. El hombre empieza a vociferar sobre un tal señor y una tal María. Yo me callo más por confusión que por miedo. Todo se terminará a la mañana, pienso, trato de tranquilizarme. Luego de pasar unos momentos en silencio absoluto escuchando los gritos de aquel viejo, salgo corriendo tratando de escapar de aquel sueño y despertar lo antes posible. Las luces me encandilan, desfile múltiple de colores, de chozas extrañas, de rostros deformes y cabizbajos. El aire viciado se introduce en mis fosas nasales, caigo de rodillas al suelo, el rugido de las bestias perfora mis oídos, siento que mi cuerpo tiembla, sudo, lloro, me acurruco. La mujer y el viejo corren hasta mí, la mujer solloza desesperada y el viejo empieza a gritar de nuevo con una voz aún más estridente y amenazadora, luego se detiene por unos segundos y le dice a la mujer: No se preocupe señora, en tres sesiones quitamos a este demonio de su hijo. Trato de incorporarme, de recuperar la compostura, pero mi mente está exhausta, lo último que escucho es el sonido de mi cabeza golpeando el suelo, lo último que percibo es el cobre de la sangre derramada.
Despierto, siento el olor del pasto bañado por el rocío matutino.
¿Qué viste? me pregunta un amigo.
No puedo explicarlo, le respondo, quizás el pasado, se parece un poco a lo que nuestros libros sagrados dicen de él.
-Te esperan para tu nombramiento. Eres uno de los pocos que han regresado.
-Voy enseguida…
y comenta
-
“Me excité con el amor y subí volando felizmente Io Io Pan Pan Oh, Pan, Pan deambulador sobre la mar, aparece sobre las alturas de la Cyllene cubierta de nieve, tú que conduces el baile para los Dioses.” Ajax, Sófocles