


"[...] Suenan pasos allá, a lo lejos. Sus lenguas convulsas se afanan en perderse entre las bocas y los pechos. Las manos escondidas abajo palpitan. Se pegan a la puerta para no ser vistos pero los pasos se pierden en la escalera que sube, justo encima. Salvados. ¡Buf, qué cerca estuvo! [...]"
Sus lenguas no paran de moverse, frenéticas, mientras se besan. Como si la humedad alimentara su hambre y no solo su sed. En pleno portal, no pueden esperar a buscar un piso, el de ella ocupado y el de él lejos de allí. Hay luz en la calle, aún, en plena caída del día y ningún callejón o patio puede resguardarlos de miradas furtivas.
En pleno deseo bullendo, con las manos ocupadas en el cuerpo del otro empezando a desabrocharlo, van a la escalera en busca de algo de intimidad. Entre un tramo y otro, antes de llegar al primer piso, ella le desabotona la camisa, los labios le acarician el cuello y le besa el pecho fuerte. Él tira, ligeramente, del pelo, llevando la cabeza atrás y besándole el cuello. Todo, antes de que su mano se confunda entre sus senos, le abra la camisa y descubra el encaje negro.
De pronto, un ruido, una de las tres puertas que en “3-2-1” parecen abrirse. Paran, se miran y bajan otro tramo hasta que una puerta vallada les impide el paso. Subsuelo. Sus lenguas, a salvo, se buscan de nuevo. No importan los vecinos (o ya menos) y ella pierde su mano dentro del pantalón, mientras él inspira y, en venganza por ese chispazo de placer furtivo, le sube la falda y le aprieta la nalga.
Suenan pasos allá, a lo lejos. Sus lenguas convulsas se afanan en perderse entre las bocas y los pechos. Las manos escondidas abajo palpitan. Se pegan a la puerta para no ser vistos pero los pasos se pierden en la escalera que sube, justo encima. Salvados. ¡Buf, qué cerca estuvo!
Habían parado por un instante y, sin mediar palabra, ella, como enajenada, rebusca en el bolso tirado al suelo para hallar el nirvana: una llave sin llavero. Desnuda, redonda, pequeña. La acerca a la puerta vallada poniendo, en ella, su deseo. Puerta abierta, el pasillo de los trasteros solitarios y vacíos. No más interrupciones. Sexo y delirio.
Bajan el tramo de escaleras cerrando la puerta vallada que no es opaca, por la que pasa luz de una ventana. Sus bocas siguen, sus lenguas están aún más vivas. Sus manos corren desesperadas. Él le quita la camisa y ella se la rompe con prisa. En venganza, él suelta el enganche delantero del sujetador. Pasos en la planta de arriba que suenan al vecino misógino y cansino. Ella eleva el tono de su gemido para incomodarlo, para que entienda la libertad que tiene una tía. Se pierde en el ascensor.
Silencio de nuevo y ella, con la falda subida, se excita más cuando su amante le quita, con suavidad, las braguitas. Ella toma posición, con sus piernas entorno a él que guarda una mano entre el cabello, le besa el cuello y le agarra la nalga con la otra palma. Ella libera jadeos reprimidos, deseando que alguien los vea. Más y más fuerte mientras se miran. Mientras comprenden que ese momento es el mejor de sus vidas.
Más y más fuerte, y sus labios furtivos se contaminan. Más y más fuerte hasta que vuelve a haber ruido. Dos vecinas monjiles, dos beatas que critican; que hablan del pecado y el averno, de la vida maldita. Mientras ellos dos se corren, mientras ellos dos se miran. Mientras el sudor de sus cuerpos los lleva derechitos al infierno. Sin medida. Con pecado concebida.
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Siento que le quiero y aún así no le basta. Pero también siento que le quiero y quizá con eso sí basta; a mí. No sé. Solo sé que no sé nada.
"Tu nombre me suena a libertad. LIBERTAD, así mejor, con mayúsculas. [...]".
"[...] Tenemos la piel endurecida de habérnosla raspao con la tierra, y suficiente pelo en la dehesa como para seguir lloriqueando. Cada uno es dueño de su barquito. Tenemos el poder de chocarlo contra las rocas o de llevarlo a buen puerto. Y tengo otra noticia impopular para quien busque lo segundo: hay que echarle pelotas. Bueno, digo narices que ando algo cansadita de tanta masculinidad [...]".
"[...] Peter Pan era un hijo de puta aunque caiga tan bien y nadie lo diga. Ya lo digo yo [...]".
"[...] Solo reivindico un trocito de asfalto para rabiar un poco, a cambio de seguir echando tierra sobre ilusiones que ya están a metro y medio [...]".
"Si vas a condenarnos a no existir, no dejes que muera despacio. Mata, de una vez, en mí tu recuerdo [...]".