


Como tantas, y tantos, ellas son incomprendidas.
Incomprendidas
Aquel día fue el primero de una vida que sería muy desgraciada. Pequeña y un tanto desvalida, se acercó con gran lentitud a su madre y se quedó junto a ella buscando protección. Sin embargo, luego que hubo adquirido independencia, inició una vida de aventuras que no estuvo exenta de discriminación. Sabía que su presencia no era bienvenida, y que, a pesar de su inteligencia y afán de sociabilidad, los que la rodeaban no harían el esfuerzo de comprenderla y se alejarían de ella por su evidente fealdad.
Otro momento de tristeza fue el día en que escuchó que se referían a ella tildándola de sucia. ¿Sucia? Una cosa era que fuera fea, una muy diferente era que fuera sucia. Por el contrario, era más que consciente de que la limpieza era una de las cosas que más la obsesionaba. La vida era injusta y ellos eran unos déspotas, y fue a muy temprana edad que descubrió que, efectivamente, su existencia no sería fácil.
-No son capaces de verte cómo eres realmente- le dijo su madre una tarde para consolarla, mientras la acariciaba con ternura y sentía como el corazón se le partía con angustia al ver como su hija, el mayor tesoro que podría albergar, sufría con gran pena un destino que de alguna manera a todas les era reservado.
-Somos organizadas, inteligentes y sociables- afirmó su prima con convicción ante la mirada encantada de varias de sus amigas de lucha. La realidad es que no son capaces de asumir que no somos muy diferentes a ellos. Somos un espejo bastante cristalino que no quieren ver. Bueno, ese es su problema. Nosotras seguiremos adelante.
-Yo solo me estaba protegiendo- explicó Milena entre lágrimas aquella tarde de enero en la que confesó que había tenido un altercado. Él era más grande, más fuerte, y pensé que quería atacarme. ¿Cómo pueden pensar que fui yo, cuando fue él quien me miró con cara amenazadora y amagó a golpearme? No puedo entenderlo.
Tanto Milena como sus amigas y familia se enfrentaban a una suerte de la que no era posible escapar. Ignorancia, malentendidos, prejuicios y miedos infundados hacían que ellas, ratas verdaderamente amigables y trabajadoras, tuvieran que padecer un desprecio por parte de los humanos del que efectivamente no eran merecedoras.
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Gracias, AnaDemasiadas, con muchas, valga la redundancia, sobreviven como Milena, en un mundo con matices de incomprensión y como consecuencia, se abren los espacios para la discriminación y segregación. Saludos afectuosos Virginia.
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El impricat no se comporta como debe. Su dueña, la impriandroide, ha planeado su venganza.
Nuestra protagonista logra reconciliarse con uno de los objetos traumáticos de su vida: las escaleras.
Jelula arrojó sobre los padres de nuestro protagonista una maldición merecida.