


Infamia
Varios |
06.12.06
Sinopsis
Clavé mis ojos en el río y observé la luna, impasible, perfectamente redonda recortada en un cielo sin estrellas. Un suave tintineo la acompañaba en el tenue fluir de las aguas, y tarareé indefensa aquella triste canción, esculpida sin remedio en algún lugar.
No vi aparecer su figura enrarecida entre tinieblas, rondando la noche. Rozó mi hombro levemente y, una vez más, olvidé mirarle a los ojos; permanecí inmóvil observando a la ciudad flotar sobre el Guadalquivir, en un silencio tan cobarde como mis heridas.
- ¿Qué dice ella?
- Te manda recuerdos
- ¿Recuerdos?¿Qué recuerdos?
De su risa – Pensé
- Me dice que te diga que está bien, que no necesita nada.
- Bien.
No pude verle asentir en aquel gesto mecánico con el que desgarraba el vacío interpuesto entre su mirada y sus pensamientos. No quise percibir ni un reflejo de sus cabellos. Y aquella lágrima tonta resbaló, y con un triple salto mortal atravesó limpiamente la superficie acuosa.
- Es posible que nos vayamos de aquí. Ella quiere vivir junto al mar y yo puedo encontrar trabajo en cualquier otra parte. No me será difícil. - Paladeé sentimientos que digerí a conciencia – Estoy harta de este aire espeso y de estas calles malditas; de estos días. La ciudad se me hace eterna, Juan, e impenetrable.
Escuché su respiración irregular resquebrajar intenciones que calló. Mejor así.
- Llámame si tenéis algún problema, ya sabes – titubeó - . Y dale un beso al chico de mi parte.
- Claro
Le oí marchar despacio, arrastrando sus pies a la intemperie de su rostro cansado. Y yo comenzaba a saborear su ausencia cuando finalmente no pude evitar girarme a contemplar su caminar adormecido. Quizá lloraba.
Alcancé su voz en la distancia y en la inconsciencia; la intangencia de sus palabras se me reveló firme y cadenciosa, y volteé la cabeza para verle, quieto, esgrimiendo perspicaz aquella sonrisa ponzoñosa.
- Señorita, un café con leche, cuando pueda.
Con tipos así es normal que una no consiga concentrarse en el trabajo – Pensé.
Dilucidé en mi inocencia que quizá aquel joven había leído mis pensamientos o mi soledad grabados en relieve en el anverso de mi sonrisa fláccida, pues allí estaba de nuevo, justo a las ocho y media, hora del cambio de turno.
Fijé en él mis ojos con descaro, y recordé al instante mi gesto intimidatorio, mi eterna manía de ahuyentar a los hombres que hacían escala junto a mí. Dulce y amable, me dije, dulce y amable. Perdí el contacto visual con mi presa o depredador – según se mire -, y reemprendí el camino hacia la puerta. Al instante, se interpuso feliz en mi trayectoria, enhebrando un nombre y una pregunta.
- Hola, soy Juan, ¿Puedo saber tu nombre?
- Me llamo Julia.
- ¿Terminaste el turno, Julia?
 
No vi aparecer su figura enrarecida entre tinieblas, rondando la noche. Rozó mi hombro levemente y, una vez más, olvidé mirarle a los ojos; permanecí inmóvil observando a la ciudad flotar sobre el Guadalquivir, en un silencio tan cobarde como mis heridas.
- ¿Qué dice ella?
- Te manda recuerdos
- ¿Recuerdos?¿Qué recuerdos?
De su risa – Pensé
- Me dice que te diga que está bien, que no necesita nada.
- Bien.
No pude verle asentir en aquel gesto mecánico con el que desgarraba el vacío interpuesto entre su mirada y sus pensamientos. No quise percibir ni un reflejo de sus cabellos. Y aquella lágrima tonta resbaló, y con un triple salto mortal atravesó limpiamente la superficie acuosa.
- Es posible que nos vayamos de aquí. Ella quiere vivir junto al mar y yo puedo encontrar trabajo en cualquier otra parte. No me será difícil. - Paladeé sentimientos que digerí a conciencia – Estoy harta de este aire espeso y de estas calles malditas; de estos días. La ciudad se me hace eterna, Juan, e impenetrable.
Escuché su respiración irregular resquebrajar intenciones que calló. Mejor así.
- Llámame si tenéis algún problema, ya sabes – titubeó - . Y dale un beso al chico de mi parte.
- Claro
Le oí marchar despacio, arrastrando sus pies a la intemperie de su rostro cansado. Y yo comenzaba a saborear su ausencia cuando finalmente no pude evitar girarme a contemplar su caminar adormecido. Quizá lloraba.
Alcancé su voz en la distancia y en la inconsciencia; la intangencia de sus palabras se me reveló firme y cadenciosa, y volteé la cabeza para verle, quieto, esgrimiendo perspicaz aquella sonrisa ponzoñosa.
- Señorita, un café con leche, cuando pueda.
Con tipos así es normal que una no consiga concentrarse en el trabajo – Pensé.
Dilucidé en mi inocencia que quizá aquel joven había leído mis pensamientos o mi soledad grabados en relieve en el anverso de mi sonrisa fláccida, pues allí estaba de nuevo, justo a las ocho y media, hora del cambio de turno.
Fijé en él mis ojos con descaro, y recordé al instante mi gesto intimidatorio, mi eterna manía de ahuyentar a los hombres que hacían escala junto a mí. Dulce y amable, me dije, dulce y amable. Perdí el contacto visual con mi presa o depredador – según se mire -, y reemprendí el camino hacia la puerta. Al instante, se interpuso feliz en mi trayectoria, enhebrando un nombre y una pregunta.
- Hola, soy Juan, ¿Puedo saber tu nombre?
- Me llamo Julia.
- ¿Terminaste el turno, Julia?
 
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Vamos a mejor. Quizá excesivamente poético, pero objetivamente no lo sé. A por el siguiente (sin pensar)Sí que tiene un toque poéticoEL principio me costó un poco hasta que capté de que iba. Es poético pero vas perdido (o al menos esa ha sido mi experiencia), el resto me gustó mucho, en cuanto me situé.Una historia bien escrita y completa. Tiene más extensión y, aunque muy ligeramente, se puede detectar perfectamente planteamiento, nudo y desenlace. Se puede afirmar que es un cuento moderno: 'algo importante' ha cambiado entre el principio y el final. En mi opinión estás avanzando al plantear tus relatos. A éste le veo más entidad que a los anteriores. Cuentas 'algo' concreto, tangible. Good.Bonito cuento.
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