


Coqueteando con la ficción
La visita de Amelia me cogió por sorpresa. No la esperaba, me encontraba en la cocina, pelando una patata, justo cuando ella presionó el timbre de la Avenida Infinito nº 1. Abrí, ella pasó sin que yo la invitase a hacerlo. Después de tantos años y seguía siendo igual de hermosa. Se quitó la chaqueta y de inmediato la estrelló contra el sofá... Yo miraba su espalda alejarse como quien de pronto ve a un sueño caminando en mitad de la rutina más impiadosa. No dijo nada, se dio la vuelta y mirándome empezó a desnudarse. Un tibio escalofrío recorrió mi cuerpo, dejé en adelante de ser un hombre y asumí entonces el rol de estatua. Reinaba ahí, en el salón de mi casa, el más sepulcral silencio, su excitación golpeaba duramente contra cada célula enladrillada de mi nueva piel.
Con meticulosa y estudiada inocencia, recolocó detrás de su oreja un mechón abandonado sobre su virginal semblante y echó a andar hacia mí. Cada paso suyo me alejaba un poco más de la realidad... Tras acercarse un metro, apenas podía distinguir ya sus pezones, sus ojos, sus pies... nada.
Después permanecí ahí, quieto... Mortalmente transfigurado en un lugar inconcreto de la Avenida Infinito nº 1.
y comenta
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hombre, se quedó con las ganas, nos dejó con las ganas a todos, perdido en el infinito.
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Quiero que te conviertas en mí, que puedas deslizar tus manos sobre el vacío y que su tacto, parecido al de las alas de una colosal mariposa, te recuerde al sabor de mi aliento