Nadie en la oficina es capaz de acercarse lo suficiente a la PRP para hacerse un selfie con ella.

            Y menos dispararle con flash cuando te la cruzas por el pasillo.

            Solo tenemos una oportunidad.

            La foto enmarcada que tiene en su mesa de despacho.

            Es perfecta.

            Como buena ególatra está sola.

            20x30.

            Su más insidiosa sonrisita, blusa de muselina, collar de perlas y peinado a lo Margaret Thacher.

            Solo hay que entrar y cogerla.

            Y sacarla del marco.

            Y escanearla.

            Y volver a meterla en el marco.

            Y retornarla a su sitio.

            Todo, sin que se entere.

            —Yo no puedo. Las piernas no me llevan—dice Camelio.

            —Yo llamaría la atención con la máscara—dice el Bites.

            Me miran a mí.

            Largo silencio.

            —"TIENE QUE HABER OTRA SOLUCIÓN"—escribo en el uasap.

            —No la hay.

            —"DEBE EXISTIR ALGUNA FOTO DE LOS BESAMANOS DE NAVIDAD".

            Más silencio.

            —Yo tengo en el móvil las del año pasado.

            —A ver.

            —Voy, voy...no está...una,...de espaldas, sí...una de frente...estaba bebida y acosaba a un botones contra la fotocopiadora.

            —"AMPLÍALA".

            Lo hace.

            Pero la cara se pixela y deja de ser reconocible.

            —Necesitamos más calidad.

            —¿QUÉ MIERDA DE CÁMARA LLEVA TU MÓVIL?

            —La que me da la cagada de sueldo que cobro.

            —Pero es una idea. Podría funcionar.

            —¿El qué?

            —Cargamos en el QeQ la foto ampliada y vemos qué pasa.

            —Pero, ¿no hay que hacer algún conjuro además?, ¿no hay que frotarla, yo qué sé, con ajo, con zumo de mandrágora, con la crema hidratante que usa, con su flujo vaginal,...?

            —"OS FALTA UN TORNILLO. ESTAMOS EN EL SIGLO XXI. LOS MALEFICIOS SON ALGORITMOS DIGITALES".

            —No se hable más. Vamos allá.