


La vida es siempre la misma
Varios |
09.06.05
Sinopsis
El tiempo pasa con la misma frialdad con la que llega la muerte. Vives deprisa
para morir despacio; ya que ves como poco a poco vas envejeciendo, sin poder evitarlo.
La historia que a continuación voy a contarles no es nueva para ustedes, aunque les servirá para recordar el porqué de todo lo que nos ocurre durante esta transición llamada vida.
Sandro salió de casa a las nueve menos cuarto, era costumbre en su monótona vida. A las nueve se tomó un café ristretto, y a las nueve y cinco se pidió un donut chocolateado; en el transcurso de la liturgia, se leyó dos periódicos: uno deportivo, otro de economía.
Sin más importancia, salió del local para ir a trabajar; y para ello utilizó el Metropolitano . Se bajó en Urquinaona y caminó hasta Plaza Cataluña. Una vez allí, entró en los grandes almacenes donde trabajaba como seguridad. Por diez horas le pagaban tres mil quinientas al día; por supuesto sin contrato.
Su jefe, David, era un hijo de la gran puta que venía de un pueblecito cercano a Cuenca. Su mal carácter le hacía explayarse maleducadamente con el personal.
Un hermoso día primaveral con sol de agosto, entró un nuevo empleado de seguridad: Ernesto.
Su aspecto hacía presagiar el peor desenlace de una fecunda historia como ésta.
Todo ocurrió de golpe; sin más, en cuestión de minutos todo acabó para Sandro.
Ernesto era un chulo amante de las películas de Chuck Norris. Para él, su pistola era lo más importante; luego, tenía una segunda prioridad en la vida: follar.
Manejaba sus dos armas con una precisión pitagórica.
Además, era un tipo bastante guapo; una retirada a Robert Redford, le decían algunas personas.
Se paseaba por el centro comercial como John Wayne en Río Bravo.
Esa mañana fue complicada para todos; y sobretodo para Sandro, ya que fue el más perjudicado.
Cuando estaba a punto de acabar su turno, llegaron dos tipos bastante extraños. Sus aspectos dejados podían vaticinar el triste desenlace del relato, aunque no se sabe qué pasó en realidad; tenemos varias versiones de lo ocurrido.
Para David, el jefe, lo sucedido fue lo siguiente:
-Pues, esos dos magrebíes entraron rápidamente para encañonar a una de nuestras cajeras con una recortá. Ernesto supo situarse en una buena zona ofensiva para alcanzar a uno de ellos en el pecho y en la pierna derecha; es decir, un puto moro menos.
¡Ese chico es bueno, lo supe desde el principio!. En cambio, Sandro es más paradito y no ha sabido reaccionar a tiempo. Se colocó en el centro de un terrible fuego cruzado entre los asaltantes, la policía, y Ernesto.
Una bala le alcanzó el pulmón izquierdo, otra la mano derecha, otra se ocultó entre las costillas flotantes, y un par más no se sabe con exactitud(de momento).
Es una pena que el pobre chaval se haya llevado todo el calvario de una situación tan típica en la sociedad capitalista, donde por dinero se mata.
No creo que salga de esto; aunque si sale, jamás volverá a trabajar.
Hace unos meses se me murió otro de un navajazo en el vientre. Le salían los intestinos, dejó todo lleno de sangre. Los clientes de ese día se han perdido, ahora se gastan el dinero en psicólogos y ya no vienen a comprar.
Para Ernesto pasó algo así:
-Enseguida me di cuenta de sus intenciones, por suerte pude resguardarme de la tempestad de balas. Las muy jodidas se paseaban como insectos. Tuve que reacciona
La historia que a continuación voy a contarles no es nueva para ustedes, aunque les servirá para recordar el porqué de todo lo que nos ocurre durante esta transición llamada vida.
Sandro salió de casa a las nueve menos cuarto, era costumbre en su monótona vida. A las nueve se tomó un café ristretto, y a las nueve y cinco se pidió un donut chocolateado; en el transcurso de la liturgia, se leyó dos periódicos: uno deportivo, otro de economía.
Sin más importancia, salió del local para ir a trabajar; y para ello utilizó el Metropolitano . Se bajó en Urquinaona y caminó hasta Plaza Cataluña. Una vez allí, entró en los grandes almacenes donde trabajaba como seguridad. Por diez horas le pagaban tres mil quinientas al día; por supuesto sin contrato.
Su jefe, David, era un hijo de la gran puta que venía de un pueblecito cercano a Cuenca. Su mal carácter le hacía explayarse maleducadamente con el personal.
Un hermoso día primaveral con sol de agosto, entró un nuevo empleado de seguridad: Ernesto.
Su aspecto hacía presagiar el peor desenlace de una fecunda historia como ésta.
Todo ocurrió de golpe; sin más, en cuestión de minutos todo acabó para Sandro.
Ernesto era un chulo amante de las películas de Chuck Norris. Para él, su pistola era lo más importante; luego, tenía una segunda prioridad en la vida: follar.
Manejaba sus dos armas con una precisión pitagórica.
Además, era un tipo bastante guapo; una retirada a Robert Redford, le decían algunas personas.
Se paseaba por el centro comercial como John Wayne en Río Bravo.
Esa mañana fue complicada para todos; y sobretodo para Sandro, ya que fue el más perjudicado.
Cuando estaba a punto de acabar su turno, llegaron dos tipos bastante extraños. Sus aspectos dejados podían vaticinar el triste desenlace del relato, aunque no se sabe qué pasó en realidad; tenemos varias versiones de lo ocurrido.
Para David, el jefe, lo sucedido fue lo siguiente:
-Pues, esos dos magrebíes entraron rápidamente para encañonar a una de nuestras cajeras con una recortá. Ernesto supo situarse en una buena zona ofensiva para alcanzar a uno de ellos en el pecho y en la pierna derecha; es decir, un puto moro menos.
¡Ese chico es bueno, lo supe desde el principio!. En cambio, Sandro es más paradito y no ha sabido reaccionar a tiempo. Se colocó en el centro de un terrible fuego cruzado entre los asaltantes, la policía, y Ernesto.
Una bala le alcanzó el pulmón izquierdo, otra la mano derecha, otra se ocultó entre las costillas flotantes, y un par más no se sabe con exactitud(de momento).
Es una pena que el pobre chaval se haya llevado todo el calvario de una situación tan típica en la sociedad capitalista, donde por dinero se mata.
No creo que salga de esto; aunque si sale, jamás volverá a trabajar.
Hace unos meses se me murió otro de un navajazo en el vientre. Le salían los intestinos, dejó todo lleno de sangre. Los clientes de ese día se han perdido, ahora se gastan el dinero en psicólogos y ya no vienen a comprar.
Para Ernesto pasó algo así:
-Enseguida me di cuenta de sus intenciones, por suerte pude resguardarme de la tempestad de balas. Las muy jodidas se paseaban como insectos. Tuve que reacciona
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