


Como un lunes cualquiera.
Entró en la habitación con pasos sigilosos y ocupó un rincón de la cama. El cuerpecito dormía aplastando un poco su oso pequeño. Le pasó una mano por la frente, y con todo el cuidado del mundo para no despertarla, la besó en la mejilla. Ella todavía vivía en el mundo de los sueños y los peluches, y siempre era un buen antídoto para él dedicarle una mirada antes de empezar la semana.
Después, como cada mañana, bajó anudándose el nudo de la corbata y entró en la cocina. Su mujer pegaba vueltas a la cucharilla del café, a la hora y el minuto en punto y en la dirección exacta. Desayunaron sin palabras, aunque él le mandaba besos desde la otra parte de la mesa que interrumpían el silencio.
-Estás especialmente guapa cuando tomas café –la animó él-. Pero tú ya lo sabes, bandida.
Y se levantó y se colocó de espaldas a ella, con besos y susurros que acariciaban su nuca entre mechones que intentaban tapar su piel. Deslizó sus dedos en los puntos débiles que bien conocía y olvidó por unos momentos el tiempo, perdido en la obra maestra de la naturaleza representada en cuerpo de mujer frente a él. Los dedos llamaban a los besos, a las caricias y a los sabores del éxtasis entre zumos y café, y el desayuno le perdía entre cabellos rubios y tostadas prometedoras, con una ducha antes y otra después, y una sonrisa antes y otra después.
A media mañana entraba en la oficina con la misma sonrisa, aunque siempre se acababa quedando en los escalones que llevaban a la primera planta, como si la fuerza de la gravedad la atrajeran irremediablemente al mundo de abajo o a los minutos de antes de las nueve.
-Te están esperando, Pablo – le dijo uno de sus compañeros en el piso de arriba.
-Te van a echar a los leones –oyó rumiar a otra voz.
-Está todo sobre ruedas. No os preocupéis. Bonita corbata por cierto, incluso parece que hayas perdido unos quilos durante el fin de semana.
Y sin necesidad de retardar lo inevitable se vio golpeando la puerta cerrada.
-Adelante –rugió la voz de todos los lunes
Se vio sentado en el lugar del gesto serio, asintiendo a propuestas estúpidas y a mandatos que no compartía pero que siempre escuchaba, con las mismas palabras saliendo siempre de la misma boca: descuide, por supuesto, sí, sí, faltaría más, querido jefe.
y comenta
-
Benditos lunes...¿Qué hariamos sin ellos? Sin los lunes, la llegada del fin de semana no sería ni la mitad de placentera.
-
Sandra remueve el salón: espía cojines, arrastra sillas y sillones, otea bajo muebles.
Gara y Jonay vivieron en una isla perdida, y aunque desaparecieron, sus nombres y su leyenda llegaron a nuestros dias.


-
12
-
4.61
-
2
Por momentos con manos ansiosas para trazar, o narrar alguna historia. Siempre A la búsqueda del artista, que viene y va; a veces deja algo, hay que atraparle en cuanto asoma la cabeza. Pero, ¿cómo? ¿Y cómo se describe este? Por momentos se dice un gran artista que busca el momento (risas), y después se dice no serlo. Y con todo, aún dice, dice, que es posible recibir magia e inventar sueños. Buahh, estará loco. A veces busca al artista, y mira y palpa sus gestos y sus dedos, y escribe, y anota siempre lo que le viene en gana, siempre y como quiere, ¡nunca como le dicen! Y ahora va y dice: ¡Vive!, ¡siente!, ¡y sé libre!