


Cuando vivía en New York, un periódico llamado "Diario La Prensa", me pidió que escribiera algo sobre la ciudad de Manhattan. Por aquella época trabajaba en un restaurante situado en Washingtong Heighs, un barrio próximo a The Bronx. Cada día tenía que caminar desde la parada del Subway hasta el restaurante varias calles y el espectáculo era bastante desesperanzador y decidí que eso era sobre lo que quería escribir. Sobre esas personas y lugares que los turistas no quieren ver y los ciudadanos esconden. Ellos eran los malditos de la ciudad. Espero que lo disfrutéis. Gracias a todos los que tomáis parte de vuestro tiempo para leerme. Desde el fondo de mi corazón muchas gracias.
A veces tengo la sensación de que mi vida ha sido una larga existencia de ausencias, sin apellido ni existencia. He disfrutado del calor de pequeñas aldeas cerca del mar, pobladas de historias llenas de pasados y también me he perdido en las sombras de ciudades infinitas tan grandes que nadie tiene identidad, que nadie tiene futuro.
Me he mezclado con gente con la cual compartimos las mismas desazones a pesar de lo desemejante de su cultura. Algunos venían de lugares tan miserables que el tiempo no tiene clemencia y los recuerdos les queman hasta incinerarles el alma. Llegaron pendientes de un mañana sin existir más tiempo para ellos porque sus corazones olvidaron mirar atrás.
Pero también he conocido a otros que viven huyendo de sus sombras. Siempre caminando con el miedo a encontrársela detrás o al doblar alguna esquina. Queriendo borrar todo aquello que, con la cómplice ayuda de la distancia, el tiempo convirtió en algo estremecedor y, desafortunadamente, con la amarga tristeza de volverse una maldición indeleble que les acompañará siempre.
Se muestran cansados de tener miedo. De morir día tras días por culpa de los recuerdos. Han caminado hasta donde el mundo se acaba, para sentarse a orillas de un océano donde, para ellos, amanece cada día. Y dan gracias por esa luz y se maldicen por cobardes, por sentirse malditos. Son personas que un día tenían ilusiones y labraban en su mente un futuro, una familia y que ahora viven condenados a evocar esos sueños para sentirse parte del mundo que quedó tan lejos de sus pies y de sus ilusiones. A veces sienten el valor de su vida en el peso de las latas que llevan a vender para conseguir la miseria que les mantendrá vivos aunque casi exánimes hasta el día siguiente.
Algunos no tuvieron elección y para ellos perder la razón era la mejor solución para sobrevivir en esos lugares donde el hedor a indigencia y estrechez es tan intenso que taladra los sentidos y los muros.
Entre ventanas sucias que esconden lugares donde las ratas y la penuria caminan como colegas inseparables reptan serpientes de un humo azulado que embriagan sus sentidos por unas horas, concediéndoles una tregua hasta que el dolor de la abstinencia vuelva a aparecer.
Son parte de una minoría que huye de las sombras y que en las sombras vive. Los no queridos. Esos a los que nadie pedirá compartir una foto para llevarla como recuerdo de sus vacaciones. Seres a los que la podredumbre les taladró la piel y que los “normales” evitan y esquivan con gestos crueles y nada disimulados de rechazo y de asco. por no soportar el miedo que les produce ese olor.
Gente que tiene el alma manchada y que no quieren mirar atrás, y si lo hacen, se mienten a sí mismos evitando mirarse en un espejo.
Individuos que fueron respetados, queridos e incluso elogiados y ahora fueron olvidados y tragados por un lugar donde ni el cielo ni el infierno podrán encontrarlos jamás. Porque ni ellos son capaces de acercarse. Estos son "Los malditos de la ciudad".
y comenta
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Excelente relato, es el primero que leo de tu autoría y me ha enganchado y he quedado con ganas de seguir leyéndote. Un abrazo y gracias por compartirnos de lo que escribes!!