


La experiencia de Pascual Ramírez en su primera revisión de la próstata.
Como ya tengo una edad, y siguiendo el consejo de mi médico de cabecera, acudí al Servicio de Urología de mi hospital para que me hicieran una revisión de la próstata.
Por herencia de mi abuela soy bastante peludete, así que la noche anterior a la cita me intenté desbrozar los aledaños de la gatera con una cuchilla de afeitar para facilitarle el acceso al facultativo. Al tener que hacerlo a tientas, me di algún que otro corte, pero nada grave. También entré en internet para documentarme y hacerme una idea de cómo iba a ser el procedimiento diagnóstico en cuestión. Estaba un poco nervioso y no quería hacer nada fuera de lugar.
La mañana siguiente me presenté en la consulta del especialista, un tipo enjuto y de manos pequeñas para mi tranquilidad.
—Buenos días, doctor.
—¿Pascual Ramírez?
—Sí señor.
—¿Es su primer tacto rectal?
—Correcto. Por aquí no ha entrado ni el bigote de una gamba hasta la fecha.
—Enhorabuena. ¿Conoce cómo es la prueba?
—Afirmativo.
—Muy bien. Pues póngase mirando hacia esa pared y bájese los pantalones y el calzoncillo.
—A ver si se va a poner goloso, doctor —dije bromeando para distender un poco el ambiente.
—Le aseguro que la parte que me toca no es plato de gusto, caballero —contestó secamente—. Ahora flexione el tronco hacia delante y apóyese con las manos en la camilla.
Obedecí sin rechistar, ofreciéndole el trasero. Escuché sus pasos acercándose y después el sonido de una cremallera al abrirse. Alarmado, me di la vuelta de golpe y vi que sacaba un guante de látex de un estuche de piel.
—¿Ocurre algo? —preguntó mientras volvía a cerrar el estuche.
—No, es que pensaba que era otra cremallera la que…
—Dese la vuelta de nuevo —me interrumpió—. Bien, ahora relájese.
Traté de hacerle caso, pero noté que algo me rozaba las nalgas y grité.
—¡Aaahhh!
—¿Qué ocurre?
—Nada, que creía que ya iba a meter el dedo.
—Haga el favor de calmarse, Pascual. Mire, voy a contar hasta tres y procedemos con la exploración, ¿de acuerdo? Uno, dos, y…
—¡Espere, espere…!
—¿Qué pasa?
—¿Va a contar hasta tres y después mete el dedo? ¿O lo va a meter a la vez que dice “tres”?
—Lo que usted prefiera.
—Bueno pues mejor hasta tres y después el dedo.
—De acuerdo. Venga, vamos otra vez. Uno, dos…
—¡Espere, espere, espere…!
—¿Y ahora qué le ocurre?
—Que si puede contar hasta cinco, así me da tiempo a prepararme. O mejor hasta diez.
—Esto no es como jugar al escondite, caballero. Pero bueno, venga. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho…
—¡Ay, espere, espere…!
—Por el amor de Dios, ¿qué quiere ahora?
—Que hasta diez va a ser mucho. Cuando iba por el cinco estaba relajado pero al llegar al siete me he puesto nervioso otra vez.
—Mire, Pascual, esta es la última oportunidad. No podemos estar toda la mañana con esto. Cuento despacio hasta tres y procedemos. Uno… dos… y tres.
En el momento en que el facultativo me coló el dedo por el desagüe (con más facilidad de la que yo esperaba, todo sea dicho), comencé a gemir.
—¡Mmmmm! ¡Aaahhh! ¡Ooohh, mmmmmm…!
—¿Qué hace? ¿Quiere hacer el favor de callarse?
—Es que anoche estuve viendo unos vídeos en internet para documentarme y los pacientes que salían jadeaban mucho.
—¿Pero en qué página ha visto usted esos vídeos, alma cándida?
—No sé, yo puse en Google “meter dedo en el culo” y fue lo que salió.
—Ya me estoy imaginando. Bueno, esto ya está —dijo sacando el dedo y quitándose el guante.
—¿Ya hemos terminado? ¿Así, tan rápido?
—Puede usted seguir en su casa, si lo desea.
—¿No va a hacerlo con otro dedo? —quise saber.
—¿Para qué iba a hacer eso?
—Para tener una segunda opinión, ¿no?
—Por mi parte no hace falta repetirlo hasta dentro de un par de años. Tiene usted una próstata estupenda.
—Pues qué alegría. Bueno, cuénteme, ¿qué tal por casa? ¿Tiene usted familia? —le pregunté.
—¿Perdón?
—Que si tiene usted familia. Cuando alguien te mete un dedo en el recto de mutuo acuerdo, me imagino que lo normal es charlar un poco después y conocerse mejor. Vamos, digo yo…
—No lo tengo por costumbre, caballero.
—¿Y qué hacemos?
—Usted, marcharse. Y yo, seguir trabajando —repuso seriamente.
—¿Me visto ya entonces?
—Eso, lo que usted quiera. Por mí se puede ir con los pantalones por los tobillos si le apetece. Por cierto, para la próxima revisión no es necesario que se afeite, pero si lo vuelve a hacer, lleve más cuidado. Parece que se haya sentado encima de un gato furioso.
—Bueno, pues nada. Buenos días.
—Buenos días.
La verdad es que aquella exploración se me hizo muy corta, es una pena que la Sanidad Pública esté tan saturada y le dediquen tan poco tiempo al paciente.
Volveré para la próxima revisión, aunque yo creo que dos años va a ser mucho. Voy a pedir cita para dentro de seis meses, a ver si me toca un médico menos distante.
FIN.
y comenta
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Jajajaja, excelente! Saludos!Genial Justino, la risa no para, y muy bien escrito. Saludos.Gracias Peibol!Gracias María José!Muy bueno Justino! jajajaMe hizo reír este relato Justino. Muy bueno, saludosGracias, Asertivo! Espero que te hayas divertido tanto como yo escribiéndolo. Si te apetece, puedes visitar mi blog www.elcapitancarallo.com. Un saludo!Gracias a ti por leerme, Sara Connor. Por cierto, no te lo vas a creer, pero hay una película de James Cameron donde sale un personaje que se llama como tú. ¡Increíble! 😉Gracias por leer y comentar, Carlos. Un saludo!Gracias Serendipity! Me alegra que te guste. Un saludo!
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Escritor de relatos, episodios e historietas de diverso pelaje. Visiten mi blog www.elcapitancarallo.com