Algunos días
despierto tarde
y mi cuerpo no amanece por pereza
y mi mente madruga más de lo que debe
para hablar con la pared
sobre lo que malgasta
las pupilas.
Desconfío de las miradas
con facilidad
porque yo miro y consigo ver
y a veces tú miras y consigues ver
y de vez en cuando solo miramos
sin saber muy bien por qué
pero sin maldad
porque se nos van los ojos
detrás de un punto que no entendemos
y tal vez no exista,
porque mirada solo hay una;
a veces me encuentro
mirando por el rabillo del ojo,
por las esquinas de un libro
y de una ventana
que da portazos
de lluvia y corrientes
con tal de comprobar
que el mundo observa
la mitad de lo que yo le miro
e ignoro.
Desconfío de las miradas
de forma prematura
porque desconfío de ti
y la posibilidad de que mires vacilando,
de que mires por encima del hombro
y sea una competición
para dejar mis ojos secos
o reírte de ellos
en un juego
donde apostar
el iris azul,
verde o gris
y la luz que varía el color
con el que contemplas la realidad;
desconfío de ti
y de todas las miradas
que puedan romper la mía,
tengo suficientes cristales en los ojos
y cuando resulto interesante
para una mirada
los tapo y dejo que mientan
y se claven
ante la posibilidad de gustar
sin segundas intenciones.
Algunos días
despierto tarde
y mi cuerpo no amanece por pereza
y mi mente madruga más de lo que debe
para hablar con la pared
sobre lo que malgasta
las pupilas,
intento mirarme
y verme
y contemplarme
pero el espejo no me permite
encontrarme interesante.