


Sobre lo bien que va todo...
Lo diré claro y sin tapujos, porque las cosas importantes deben decirse así. No entiendo que nos pasa ni con qué demonios es que nos han modelado para permanecer tan impasibles ante tanta injusticia y barbarie. No entiendo por qué el quietismo es la excusa en la que, nosotros, seres racionales, nos amparamos para poder sobrevivir. ¿El quietismo es la fuerza? No entiendo, entonces, de que hablaba Darwin. No entiendo, tampoco, por qué nos miramos los unos a los otros intentando hallar en el prójimo una respuesta, o quién sabe, quizás un acto reflejo que nos induzca un poco de rabia y de impotencia, y así, de paso, también de rebeldía. No entiendo por qué la tierra, tan sutilmente delineada ahora, nos importa lo más mínimo si ya estaba allí antes de que ninguno de nosotros existiésemos. No entiendo qué es la propiedad. En el mejor de los casos yo soy mío y el resto... el resto quién sabe. Fluye, existe fuera de mí como la pavesa que escapa de su llama... No entiendo por qué todo un continente no huye y nos invade y nos pide explicaciones; no entiendo por qué el sistema es tan despiadadamente perfecto. No entiendo la guerra, pero es que quizás tampoco entiendo el amor, ese concepto que nos obnubila mientras siguen, sin tregua, estallando granadas por doquier. No entiendo, si quiera, por qué en vez de escribir no apuesto, ahora, en este instante en el que malgasto mi tiempo intentando urdir significados, por la vida y por el que el sinsentido tenga un poco de lógica, de lógica o de lo que sea, pero de algo que aporte sensatez a esta paranoia infinita a la que nos vemos abocados. No entiendo por qué, como si nada, tras tomar conciencia de la magnitud de la tragedia, algunos seguirán comiendo perdices y riéndose, y cuando duela demasiado, emborrachándose también. Sí, es cierto, estamos perdidos, ¿pero acaso no respiramos y a la vez a menudo carecemos de respeto? Quizás no se trate de entender, sino de hartarse de esta jauría que somos, modélica para quienes nos gobiernan, pero tan tóxica e inútil en realidad, de fruncir el ceño y de salir a transmutar la esencia de las cosas. ¡Que los coches circulen por las aceras!, ¡que a los zoológicos encierren a los que maltratan a los animales!, ¡que de la nieve broten las rosas y que del cielo se desprendan, como fuegos de artificio en una verbena, las estrellas más refulgentes del firmamento!
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Quiero que te conviertas en mí, que puedas deslizar tus manos sobre el vacío y que su tacto, parecido al de las alas de una colosal mariposa, te recuerde al sabor de mi aliento