


De la pensadora a la mano a la hoja: lo que se venga.
ABRIL
Sujeto como estoy a ciertos formalismos de carácter inevitable, concernientes todos ellos a la cobertura de las necesidades básicas indispensables (imposible funcionar sin la adecuada taza de té o andar por ahí con los glúteos al aire y oliendo a pedazo de carne en angustiosa corrupción) amén de la tragedia (más bien farsa) que denominamos trabajo, he visto alejarse mis ratos de ocio a una velocidad solo traducible en asombro y silencio. La máquina del tiempo (el reloj) se desdobla en cuchilla inexorable que nos mantiene como a payasos de circo de un extremo al otro de la carpa: ida tras vuelta en constante proliferación de sudores y momentos perdidos. La torpe libertad llora de rodillas (o a cuatro patas) limitándose a escupir himnos y a tragar paradigmas culturales.
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El cubismo afectó a la poesía con un largo aullido de figura inclemente, que en su mirada de Gorgona o sediento Minotauro (los vigentes y virginales cánones poéticos fueron cruelmente azotados y sodomizados) Guillaume De Apollinaire descompuso letra por letra, para infundirle una sorprendente faz con la sugestiva disposición de los “Caligramas”: el vacío, los signos de puntuación, la forma equivalente al contenido, la ilógica del poema como arma que ejecuta literatos costumbristas a disparos de nieve y tigre, fueron las herramientas del artista a la hora o al segundo (musa opiómana mediante) de esculpir caballos, mujeres, puñales, e incluso ideas que algo tenían de platónicas e histéricas. Pero lo que en su instante de máscara sin tregua fue un grito de proporciones cismáticas se considera (de cara al día de hoy y siguiendo los arrogantes y floridos parámetros de la crítica pútica) demodé (huelga decir que la ignorancia, la venalidad, y la envidia, son las que dan forma a tal aseveración, tan inútil como idiótica)
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Mi amor de novela (quién no ha tenido uno así) en pocas o muchas palabras, aunque en realidad no cabe en ninguna.
El presente relato, y los que seguirán hasta que se mencione otra cosa, está incluido en el volumen titulado "Mitómano y Otros Roedores" Un pequeño homenaje al maestro del humor absurdo.
Historias de Duque y Martín: final con una aclaratoria.
Es un estigma mi insomnio; cuando me ataca suelo hacer y decir cosas más bien extrañas. Están las placenteras y divertidas, las que son un tanto más oscuras, y las impronunciables. Hoy, por suerte, solo me distraje en remedar un poquito a mi querido Don Francisco (De Quevedo, se entiende) y escribir para ello un soneto algo burlón. Eso sí, nada de medidas, diptongos, sinalefas, etc., que paciencia para eso ni Dios la tiene.


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Un oldman alto, hosco, y feo; hastiado de cigarros, bares, y noches sin término (hembras que llegan y se van, botellas de Whisky, la vieja escuela, el último dinosaurio, y así de pendejadas una detrás de la otra) Me aburre el sexo sin caras ni compromisos (ya tuve suficiente de esas pajas modernistas) Hoy día no me gustan los bares: parecen agujeros para heridos de guerra. Me gustan las personas y los perros (“Esa misteriosa devoción de los perros”, decía Borges) Amo a mi hija y a mi nieta: mis únicas dos rosas, mis últimas palabras. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
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