


Patricias
Varios |
29.05.07
Sinopsis
Esto es la historia de todas esas Patricias y Patricios. Es la historia de mi mujer y mi hija. De todo mi dinero. Es la historia de Patricia senior, mi mujer; de cómo permití que se autodestruyera. Y de Patricia junior.
De esas jaulas en las jugueterías que están llenas de peluches, Patricia, mi hija, siempre cogía el que se deshilachaba. Aun con siete años, ella sabía que ese era el peluche que nadie iba a coger.
Y la madre de Patricia, mi mujer, acababa en casa cosiendo al osito de turno que tenía un brazo colgando, cosiendo las partes en las que el algodón se quería escapar de dentro. Es que si no lo compramos nosotras, decía Patricia, nadie lo comprará. Nadie quiere peluches mutilados. El peluche desfilaba por la cinta negra delante de la cajera, y la mujer murmuraba que aún estaban a tiempo de cambiarlo si querían, no tenían por qué llevarse a aquel osito con la entrepierna rasgada, o al monito con el ojo colgando. Pero no, es el que quiere ella, decía la mamá de Patricia. Y hasta arrancaba algunas lágrimas a su alrededor. Todas las cajeras querían llevarse a esa niña tan mona a casa; la madre Teresa de Calcuta de los juguetes con defecto de fábrica. Y en casa veías su cuarto lleno de peluches roñosos, con remiendos, cosidos por doquier.
Patricia, mi mujer, era de aquellas personas aterrorizadas con el paso del tiempo. La mirabas y ya no sabías si quedaba algo de ella que no estuviera abierto y estirado, cosido o remozado. Tenía tantas operaciones de estética que ya no sabías qué edad podía tener. Pasas de ser una persona a ser un remiendo, para que la gente, en realidad, acabe yaciendo confusa a tu alrededor al mirarte. Eso era la mamá de Patricia: Patricia senior, mi mujer. Con todo, la gente no sabe qué clase de educación puede estar dándole a sus hijos. Los hay que lo confunden con apuntar a los niños a colegios privados. Hay gente que piensa que la educación de un niño es un trabajo a tiempo parcial, del que se encargan profesionales titulados. Nadie te dirá que piensa eso, claro, pero bueno, busca a alguien que diga lo que piensa realmente, venga; el tiempo comienza a partir de ya.
Luego, en el futuro, Patricia fue creciendo entre la gente que comentaba lo buena que era. Una yonki de ayudar a los demás. Con quince años se fue a por el chico obeso de su clase. Le dijo que si quería salir con ella. Al cine si él quería. Que le parecía buen chico. Que ella realmente creía que era guapo. Que no se tenía que preocupar de las burlas de los demás. Patricia ya no coleccionaba peluches. Ahora eran personas con defecto de fábrica. El niño obeso, el que llevaba gafas, el tímido. Todos los niños que ella veía deshilachados y que nadie se quedaba para sí, ella los quería. Daba igual lo que dijeran, lo que pensaran, lo que hicieran. El problema era la barriga, las orejas, dientes grandes, muchas pecas. El problema eran esas cosas que la gente ve realmente como problemas; lo que de mayores no decimos pero sí pensamos.
Echa un vistazo a esos parques de las grandes ciudades que antes han sido una maqueta. Y antes un proyecto, y antes una idea.
Todo en la vida parece cortado por el mismo patrón. Como Patricia senior, con sus tetas tres veces más grandes y rígidas de lo normal. Lo que antes era ella vendada, y antes un señor subrayando sobre ella con un rotulador, y antes un proyecto, que fue antes una idea. Lo que años antes fue una mujer, luego se parecía bastante a los arbolitos perfectos de las maquetas de los parques; un arbolito de plástico acojonado y lleno de
De esas jaulas en las jugueterías que están llenas de peluches, Patricia, mi hija, siempre cogía el que se deshilachaba. Aun con siete años, ella sabía que ese era el peluche que nadie iba a coger.
Y la madre de Patricia, mi mujer, acababa en casa cosiendo al osito de turno que tenía un brazo colgando, cosiendo las partes en las que el algodón se quería escapar de dentro. Es que si no lo compramos nosotras, decía Patricia, nadie lo comprará. Nadie quiere peluches mutilados. El peluche desfilaba por la cinta negra delante de la cajera, y la mujer murmuraba que aún estaban a tiempo de cambiarlo si querían, no tenían por qué llevarse a aquel osito con la entrepierna rasgada, o al monito con el ojo colgando. Pero no, es el que quiere ella, decía la mamá de Patricia. Y hasta arrancaba algunas lágrimas a su alrededor. Todas las cajeras querían llevarse a esa niña tan mona a casa; la madre Teresa de Calcuta de los juguetes con defecto de fábrica. Y en casa veías su cuarto lleno de peluches roñosos, con remiendos, cosidos por doquier.
Patricia, mi mujer, era de aquellas personas aterrorizadas con el paso del tiempo. La mirabas y ya no sabías si quedaba algo de ella que no estuviera abierto y estirado, cosido o remozado. Tenía tantas operaciones de estética que ya no sabías qué edad podía tener. Pasas de ser una persona a ser un remiendo, para que la gente, en realidad, acabe yaciendo confusa a tu alrededor al mirarte. Eso era la mamá de Patricia: Patricia senior, mi mujer. Con todo, la gente no sabe qué clase de educación puede estar dándole a sus hijos. Los hay que lo confunden con apuntar a los niños a colegios privados. Hay gente que piensa que la educación de un niño es un trabajo a tiempo parcial, del que se encargan profesionales titulados. Nadie te dirá que piensa eso, claro, pero bueno, busca a alguien que diga lo que piensa realmente, venga; el tiempo comienza a partir de ya.
Luego, en el futuro, Patricia fue creciendo entre la gente que comentaba lo buena que era. Una yonki de ayudar a los demás. Con quince años se fue a por el chico obeso de su clase. Le dijo que si quería salir con ella. Al cine si él quería. Que le parecía buen chico. Que ella realmente creía que era guapo. Que no se tenía que preocupar de las burlas de los demás. Patricia ya no coleccionaba peluches. Ahora eran personas con defecto de fábrica. El niño obeso, el que llevaba gafas, el tímido. Todos los niños que ella veía deshilachados y que nadie se quedaba para sí, ella los quería. Daba igual lo que dijeran, lo que pensaran, lo que hicieran. El problema era la barriga, las orejas, dientes grandes, muchas pecas. El problema eran esas cosas que la gente ve realmente como problemas; lo que de mayores no decimos pero sí pensamos.
Echa un vistazo a esos parques de las grandes ciudades que antes han sido una maqueta. Y antes un proyecto, y antes una idea.
Todo en la vida parece cortado por el mismo patrón. Como Patricia senior, con sus tetas tres veces más grandes y rígidas de lo normal. Lo que antes era ella vendada, y antes un señor subrayando sobre ella con un rotulador, y antes un proyecto, que fue antes una idea. Lo que años antes fue una mujer, luego se parecía bastante a los arbolitos perfectos de las maquetas de los parques; un arbolito de plástico acojonado y lleno de
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Excelente. El estilo es mucho más sobrio y aséptico que en otros relatos tuyos y eso en este caso le aporta todavía más encanto. Parece el extranjero de Camus. Lo que ocurre no permeabiliza a sus sentimientos. Muy buena idea para un gran relato. Sí señor.me gusta el tema y como lo tratas muy buen relatoMuy bueno.En cuanto a la forma es mejroable, algun cambio de estructura podria hacer mas ágil la lectura, pero en cuanto al contenido no. Me ha gustado mucho.Un relato bastante bueno. Reflexiones claras y profundas que reflejan la dura realidad en la que estamos inmersos.
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