


“Pedro páramo” y el tiempo congelado
Por: Felipe Solarte Nates.
Desde la atmósfera que rodea las primeras escenas de la novela, el autor marca el escenario del tiempo congelado, al igual que el aire y los caminos que bajan o suben, según se vaya o se venga, sin importar a dónde lleven por esos parajes de desesperanza en blanco y negro del abrasador México semidesértico y rural de inicios del siglo XX, que como fotógrafo capturó Juan Rulfo en las imágenes físicas de esos fantasmas que vuelan y hablan con otros muertos habitantes de los yermos campos y las ruinosas casas de su novela “Pedro Páramo y el libro de cuentos “El llano en llamas.
A lo largo de la novela “Pedro Paramo”, construida por escenas y no en tiempo lineal, como en un torbellino se entrelazan ecos de diálogos precisos, cargados de tensión y austeridad, entablados entre personajes reales y sombras de tiempos atrapados por las telarañas de los recuerdos en cuartos de casas abandonadas y caminos polvorientos por los que trasciende el fantasmal México de “Adelita”, “La cucaracha” y las rancheras y corridos revolucionarios que en las cantinas rebosantes de tequila cantaban y bailaban los hombres de Pancho Villa y Emiliano Zapata, después de sus combates contra las cuadrillas de terratenientes como Pedro Páramo, -quien como todo un señor feudal o el “taladro” Giraldo paramilitar colombiano, ejerciendo el derecho de pernada-, andaba sembrando hijos, como los dos hermanos que accidentalmente se encuentran en la primera escena, -cuando Juan Preciado busca el camino a Comala- y deambulan por esas breñas polvorientas, a la buena de dios y más vale del diablo de vida a la que los condenaba con su abandono de reproductor insaciable, amo y señor de haciendas, pueblos y voluntades, que coincidió en asistir a sus bautizos, pero no en responder por ellos y sus madres.
Es una magistral técnica narrativa que rompe los moldes tradicionales y requiere de lectores atentos al enmarcar atmosferas de paisajes agobiantes por el calor y la pesadez, con el contrapunteo de diálogos, que sin caer en el costumbrismo, nos hacen sentir en el México de las películas de charros ‘sombrerones, pistoludos’ y cantantes de la época de oro de su cine, que inundó los teatros de nuestra niñez, pero no con el tinte machista, festivo y caricaturesco, sino con un dejo de nostalgia y frustración por una revolución ‘triunfante’ -que a la hora de repartir la tierra de los Pedros Páramos y afrontar la religiosidad ofendida de los ‘Cristeros’ y adoratrices de la ‘madrecita Guadalupana’ - a los campesinos pobres que hablan por boca de los fantasmas, sólo les quedó la idolatría religiosa y los eriales donde sólo crecen piedras, polvo, víboras y cactos, mientras los jefes de lo que sería el PRI, “la dictadura perfecta”, según Mario Vargas Llosa, se quedaron con las mejores tierras y siguieron co-gobernando con alcaldes, jueces, curas, policías corruptos y de los omnipresentes amos de los carteles del narcotráfico contemporáneo.
En Pedro Páramo intuimos el entierro en blanco y negro del México rural de la revolución mexicana que se niega a morir en Chiapas con los ‘zapatistas’ del comandante Marcos y en nuestra época resurge con nuevas caras y ropajes de los señores feudales que aún campean en sus campos, al igual que en Centroamérica y Colombia y que en esta época bailan, no a ritmo de rancheras sino de narco-corridos, música norteña y de carrilera, glorificando las hazañas ‘robinhodnescas’ del Chapo y Pablo Escobar y de todos los narco-hacendados que siguen trabajando en llave con dirigentes como los de la “Ñeñe política”, funcionarios del Estado, de las fuerzas armadas, grupos paramilitares, la iglesia y los nuevos socios del gran capital que mantienen a las sociedades congeladas en los tiempos del atraso semifeudal para perpetuar la violencia, corrupción de la justicia y las instituciones buscando permanecer en el poder con sus delfines.
Es una metáfora del tiempo que parece avanzar, pero está congelado, sacudiéndose cuando tempestuosos huracanes y terremotos de la tierra desperezándose, o de los pueblos agobiados por la inequidad, rebelándose, desentierran los fantasmas dormidos de Comala, transfigurados en otros tiempos, rostros y paisajes.
y comenta
-
'La muerte de Artemio Cruz' de Carlos Fuentes retrata otro espacio parecido.Gracias manro, por el comentario. Un abrazo,Has retratado, diría pincelado, esa tierra reseca, polverosa, fantasmagórica de Comala con gran originalidad. Los tiempos cambian, pero las injusticias están siempre presentes, congeladas, como bien dices.


-
334
-
4.49
-
315
Escribo por necesidad de expresar lo que no puedo hablar con mis conocidos y otras personas que nos limitan con su presencia y nuestros temores y prejuicios. El papel nos permite contar historias sin las limitaciones de tener alguien al frente. Me ha gustado leer desde la niñez y empecé a intentar con la narrativa a mediados de la década del 70 del siglo pasado.Soy columnista de algunos periódicos regionales en Locombia. Publiqué mi primer libro "Relatos en busca de Título" en 2011 .