


Se aproxima y da dos toquecitos.
-Perdone, ¿está ocupado?
-Oh, eh. No. Claro que no. Al menos eso creo –responde el hombre, sobresaltado al oír aquella voz femenina.
-Perfecto –dice la mujer, sonriente, mientras se acomoda en el asiento.
Transcurren un par de minutos de silencio sepulcral, hasta que ella, y no él, se atreve y rompe el hielo.
-Y bueno… ¿lleva mucho aquí? ¿Hay mucha gente?
-¿Aquí?
-Sí, ya sabe, aquí.
-Pero… aquí… ¿en la ciudad? O...
-No, no. En la sala hombre –se medio ríe.
-Ah claro –ríe él también- Bueno… un ratito, aunque tampoco se aprecia gran alboroto.
-Ajám.
Vuelve a haber silencio, aunque esta vez no dura demasiado pues él…
-Espero al chico que mira la espalda, me duele un poco… y eso que soy joven ya ve. Pero no sé. Creo que me di un golpe el otro día… ya sabe…
-¿Ya veo? Ah… si, por supuesto, si. ¿Y eso? ¿Es usted muy patoso? –ríe- Oh, perdone, soy una grosera.
Él ríe también, aunque algo extrañado –No, no, mujer. En parte es verdad, aunque claro, son cosas que pasan –hace un gesto con las manos señalándose a la cara. Después sonríe.
-Sí, a mi me pasa igual… pero bueno, ¡tengo excusa al menos! –ella sonríe también.
-¿Excusa? ¿Y bueno, usted se encuentra bien?
-Sí, simplemente vengo a una revisión. Pura rutina… y eso.
Él se carcajea –¡Si lo sabré yo!
Tras una pausa, él, apurado, vuelve a hablar, como cuando intentas avivar la chispa de una hoguera para que no se apague.
-¿Tiene con Masbath?
-¿Perdone?
-El doctor Masbath. Jony Masbath, ¿tiene cita con él?
-Ah, no, no. A mí me mira la señorita Roth.
-¿Mariett?
-No, Cecilia.
-Ah, ¡Cecilia!, sí… creo que… sí. Me suena.
-Es encantadora. No me puedo quejar –ella sonríe.
-Sí, creo haber oído hablar bien de esa muchacha –miente él, con una sonrisa medio dibujada.
Otra pausa, aunque breve. Habla ella.
-¿Y qué tal es ese tal Masbath?
-¿Masbath?
-Sí, tengo un amigo que también sufre de dolor de espalda y...
-Ah, no, no. Él no mira la espalda, es de medicina general, pero bueno, está bien.
-¿Está bien?
-Sí, me refiero que, es majo y todo eso.
-Ya veo…
-A mi me mira la espalda Richar Alpert. A veces me da masajes, aunque casi siempre me recomienda antiinflamatorios. Tampoco le puedo decir mucho más de él.
-Ya, ya… Pues bien.
Ella habla.
-Oiga perdóneme que le esté dando tanto la tabarra. A menudo comienzo a hablar y a hablar y ni me doy cuenta.
-Oh, ¡para nada! ¡Por Dios! Es un placer.
Ella sonríe –Me llamo Igrit.
Él sonríe también –Encantado, Igrit. Yo soy Eddy.
-Es un placer.
-¿Es de por aquí? –cierto grado de confianza ha germinado en él.
-No, soy del sur, tan solo vengo a la consulta y de paso, visito a mi tía, aunque no vea qué jaleo para aparcar por el centro.
-¡Lo sabía! Tiene usted una voz bonita. Allí en el sur, las mujeres sois muy bonitas.
Ella ríe.
-Gracias, supongo –ella sonríe- lástima que yo no pueda decir lo mismo –ríe-
-¿Disculpe? –pregunta él sorprendido.
-Sí, bueno, ya sabe… por lo de ver y tal.
-Ah, ¿tiene problemas de vista?
-¿Pero usted no me ve?
-Pues…
-¿Cree que llevo este bastón y estas gafas de sol porque trabajo en algún teatro? –ella ríe-
-Oh, es ciega. Disculpe… disculpe… es que yo…
-Tranquilo, aunque también me sorprende que no se haya fijado antes.
-Ya, bueno…
El silencio vuelve a reinar, como al principio. Ella habla llena de rabia.
-Y bueno, supongo que ahora que sabe que soy ciega no le resulto tan… ¿atractiva?
-¿Eh? No, no. Es que me he quedado muy cortado. Ya lo siento.
-Nada, es igual.
-Como yo también soy ciego… en fin, en parte me he sentido fatal.
-¿Ciego? ¿Usted también?
-Sí, claro. Soy ciego. ¿No me...
Ella ríe –no me vacile, anda.
-Ay Dios. Se lo juro, ¿eh?
-Antes ha dicho que las mujeres del sur somos bonitas.
-Claro.
-¿Si es ciego como es que sabe eso?
-Bueno, es fácil… el sol tuesta su piel.
-¿En serio? Qué genio.
-Oh vamos, ¡quizá la que me esté tomando el pelo sea usted a mí!
-Pero qué dice, hombre.
-La recuerdo que antes me ha dicho que en el centro hay mucho jaleo para aparcar. ¿Cómo es que conduce si es ciega?
-¡No conduzco yo! Me trae mi tío.
-Ah, sí, claro. Es ágil con la mente usted. Ya veo ya…
-¿Perdone?
-No, nada, nada.
-Aunque bueno, también con la coherencia que tiene usted para vestir, ¡no me extraña que sea ciego! ¡Y uno de los gordos además!
-¿Por qué narices dice eso?
-Pues nada… que llevar una chaqueta de cuero en puro verano es un poco… no sé. Extraño al menos.
-¡Ajá! ¿Lo ve? ¡La pillé! Usted no es ciega, ¡miente!
-¡Qué va!
-¡Sí!, se ha delatado señorita. Si fuese ciega no sabría que llevo una chaqueta de cuero.
-¡Pero si se oye como rechina cada vez que se mueve!
-Ya claro, claro. Lo que yo digo: agilidad mental.
-¿Agilidad mental? Sí, usted si debe tener eso, ¡pero al revés!
-Anda sin vergüenza, fuera de mi banco, váyase con su coche a aprender modales por ahí.
-¡Pero como que su banco!
-Yo llegué primero.
-¡Y luego me habla usted a mí de modales! ¿No tiene usted tanta educación y tanto conocimiento? Que si las pieles tostadas del sur que si no se qué.
-Sí, pero usted más que la piel, ¡lo que debe tener tostado es el cerebro!
-¡Pero bueno! –Se pone en pie de golpe- ¡anda y que le zurzan!
Ella coge su bastón y comienza a dar toquecitos al frente. Va tanteando asientos y al cabo de unas cuantas vueltas parece encontrar uno.
-Perdone, ¿está ocupado?
-Oh, eh. No. Claro que no. Al menos eso creo –responde el hombre, sobresaltado al oír aquella voz femenina.
-Perfecto –dice la mujer, sonriente, mientras se acomoda en el asiento.
RyuKunn
y comenta
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Muy bueno.Genial!!!Gracias a todos :-)Divertido e ingenioso, me sacó la sonrisa con ganas.Muy bueno, los diálogos van solos hacia la hilaridad final; nadie se libra de que un malentendido (o una cadena de ellos, vaya) derive en una bronca mayúscula. Saludos.Me ha gustado mucho, es agil y entretenido y sorprendente el giro que das para terminar separándolos. Enhorabuena y saludos.Jajaja muy bueno. Casi lo hubiese colocado en relatos de humor. Me ha gustado mucho la agilidad en los diálogos y como la historia parecía encaminada a una historia de amor y de un plumazo me tienes dando palos de ciego jeje. Genial. Saludos
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A veces te bastan pocas palabras para liberar un gran cúmulo de emociones.
Si Anthony Kiedis fuese realmente mi amigo, yo le relataría la historia de esta forma a mis nietos (o a un periodista quizá).