


La sala de espera olía a rancio, como siempre. Las ventanas que trataban de iluminar poderosamente la estancia, aquella mañana conseguían nublar la conciencia por el obtuso cielo que, encapotado, se había preparado para oscurecer el día. Solo estaban ellos tres allí. Ellos dos en el área de pediatría, a unos metros de él, y él, esperando un mal diagnóstico ante las últimas pruebas. la sangre que escupía por la boca era cada vez más oscura, y aquello no podía significar nada bueno. La madre miraba a su hijo y le peinaba cariñosamente mientras el niño revolvía la cabeza furioso y se cruzaba de brazos. No debía tener más de cuatro años.
El reloj marcaba la una de la mediodía, pero parecían las siete de la tarde. Se cruzó de piernas, miró por la ventana sin moverse de la silla de plasticucho verde, y chasqueó la lengua. "Cuando algo tan grande como la vida de uno, se convierte de pronto en mierda, es como si todo estuviese tiznado, barnizado, abocado al olor, al sabor, y al color de la mierda"
-Vamos cariño, cómetelo que sino se lo voy a decir a la doctora.- y el nene con los labios apretados y las cejas demasiado superpobladas para su edad, giraba la cabeza ignorando el potito.
Desde su casa, hasta las calles. Desde las miradas de compasión de los otros, incluso de los que nada sabían sobre su problema, hasta la espalda de otros tantos, que lo sabían y lo consideraban un pequeño obstáculo, todo...era absolutamente bochornoso. Tan gris como el día era el mundo, sólo que hoy dejaba de ser hipócrita y mostraba su verdadera cara.
-Cariño, que la doctora se va a enfadar eh...-el nene con sus pequeñas piernas colgando a varios centímetros del suelo, pataleaba ligeramente nervioso.
-Chocolate...mamá, dame chocolate.
-No...chocolate luego para merendar. Ahora come esto que está muy bueno. Mira que sino te lo comes se lo doy a ese señor eh.
Alfredo levantó la cabeza dándose por aludido, y notándose ruborizado trató de esquivar la mirada del niño, y volvió a observar la ventana como si fuera una obra de arte.
-Que se lo doy a él, como no te lo comas eh...Venga abre la boca que va a aterrizar el avión.- dijo. Introdujo la cuchara en el bote y luego, con algo en ella de aspecto poco apetitoso pero que olía como mil comidas, la levantó y dibujó una parábola hasta la boca del chico como lo haría un avión a punto de aterrizar.- pero el niño, con los labios apretados, dejo que el avión se estrellase contra su boca, y sonrió al ver el potito derramado sobre su camiseta limpia. La madre, visiblemente enfadada negó con la cabeza y sacó una toallita húmeda para limpiárselo. Después, repitió.- Cómetelo Aitor, no seas malo, como no te lo comas se lo doy a ese señor, y luego llorarás pero ya no habrá comida y tendrás hambre...
Se acabó, pensó Alfredo...Se acercó lentamente a donde estaban sentados, y tomó asiento al lado del niño. Cogió el potito, y la cuchara, y susurró: A la mierda.
Introdujo la cuchara hasta el fondo, la llenó, la sacó del tarro, y luego, poniéndose enfrente del crío, comió y devoró el potito con todo el ansia que pudo mostrar.
-No...señor, ¿Qué hace? no se lo coma...
-Si...si el no lo quiere, yo me lo comeré. Verás como así lo quiere.
-Nooooo
-Siiiiii....-decía Alfredo comiendo cucharada tras cucharada el potito. Después de cada cucharada reía a carcajadas con la boca llena de potito de verduras y decía- Qué weno estáaa mamáaaa, que weno está...
-Noooo, no se lo coma...
-Sii...que rico, que rico...
-Nooooo
-Siiii...mmmm que rico.
-Noo, en serio, por favor, déjelo que se va a quedar sin comer.
El niño, boquiabierto y estupefacto miraba a aquel desconocido devorar el potito, y tapándose la boca con ambas manos, enarcó sus peludas cejas y le señaló:
-Se lo está comiendo mamá...
-Si hijo si...ya te lo dije.
Con las últimas cucharadas Alfredo empezó a gemir..." Que rico que rico" decía. Su respiración se aceleró y no pudo evitar soltar un pequeño grito de placer. En ese instante la puerta de la consulta del doctor Rodolfo Perchas se abrió, y un matrimonio al salir, le miró escandalizado al oírlo gemir. El doctor, pronunció su nombre, le había llegado el turno.
Acabado el potito, alfredo cedió el bote vacío al crío, y le dijo. "Gracias, estaba muy rico" Luego, se fue aproximando a la consulta sonriente, estaba dispuesto a aceptar lo que fuera, fuese lo que fuese lo que tuviese que aceptar.
y comenta
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Lloraba de la risa, aunque la situación de Alfredo es para llorar. El relato se comprime al principio, la tarde plomiza, las malas perspectivas sobre su salud, el pesimismo que señorea su espíritu, pero encuentra una salida genial a costa del niño, tanto que Alfredo entra animoso a la consulta, lo que no se esperaba (y merendado). Felicidades.Esta muy buena la historia, por como la montas en torno de la escena del niño para darle consistencia al drama del protagonista. Por cierto que me ha comentado Noe que eres de Almadén. Pues yo también. Un saludo.Me ha encantado.