


Tan solo un ente... una quimera...
Varios |
07.12.06
Sinopsis
Me mandaron al peor hotel de París, porque querían recortar gastos. Ni siquiera el vodka que estaba tragando era del bueno. Tampoco la vida que se desarrollaba al otro lado de la ventana parecía ser de verdad.
Yo no dejaba de pensar en que maté al banquero de forma irregular.
La lluvia golpeaba contra la ventana de aquel mugriento hotel, y miraba a través del cristal con una tristeza muy dura que trataba de quebrarme el alma… mientras me esforzaba por sostener llorosamente el vaso de vodka en mi estúpida mano derecha. Maldito vodka barato.
La imagen de aquella sangre tan roja escapando de aquel corte tan pequeño en la base del cuello seguía en mi mente. Era una sangre increíblemente roja.
En la penumbra de la habitación libero un suspiro para desahogar esas ganas de llorar que se atragantan en mi garganta, y recuerdo que no he dejado la chaqueta del traje en el perchero que hay justo al lado de la puerta, como hice la noche anterior. Solo miro la vida gris que hay en la ciudad, esos coches que hay más abajo del séptimo piso, esas personas, esos hijos, esos padres y esos abuelos… esos hombres casados, esas ilusiones… esas cosas que nunca tuve. Aquello que sin saber porqué nunca he merecido.
Dejo el vaso encima de la mesilla de noche y enciendo la lámpara que había en el mueble, dando un poco de luz a la habitación. Eran más de las siete. Toscamente me siento sobre la cama, sin importarme aplastar la chaqueta, y remangándome aquella camisa tan blanca me quedo mirando el suelo, observándome los zapatos. Creo que hay cosas que nunca cambian.
Me habían ordenado matar. Una vez más. Advertí que cada vez odiaba más vestir esos trajes grises y de seguir las indicaciones de una organización tan estúpida.
Yo no soy un gran tipo. No soy alguien que sepa combinar la ropa, escuchar buena música o pueda mantener una conversación interesante. Nunca me han inquietado mucho las relaciones personales; las mujeres han pasado de mí desde el primer momento. Pero mi oficio, es decir, esto que hago, lo se hacer bastante bien. Trabajo según las reglas.
Había seguido al banquero durante toda la mañana. Desde las siete estaba enfrente de su casa, observando como se despedía de sus hijos y luego conducía su BMW hasta el trabajo.
Se pasó la mañana en la oficina, prosiguiendo con su vida. Bromeó con los compañeros, sin darse cuenta que yo lo observaba, sin verme. A la hora de comer salió de la oficina con los compañeros y fueron a un restaurante donde ya les conocen, donde habla con los amigos sobre como marcha la vida y esconde sus patrañas para los demás. El banquero es… bueno, era un gran tipo. Gracioso, divertido y en general sabía disfrutar de la vida.
Le entraron ganas de orinar a eso de las 2 y cuarto. Más o menos. Se levantó limpiándose la boca con la servilleta al tiempo que yo le observaba, masticando mi bistec. Cruzó entre las mesas con paso tranquilo, como sonriendo. Cuando rozó mi silla el tipo no se dio cuenta de cómo yo restregaba el cuchillo en la servilleta para quitarle la salsa del bistec y luego metérmelo en el bolsillo. Me levanté y le seguí hacia el baño, mirándole la nuca. Pasamos entre las mesas y entramos en los baños. Él fue directamente a uno de los orinales, mientras que yo me metí en uno de los habitáculos.
Conté hasta tres, me di la vuelta hacia el hombre y me situé a su espalda. Miré su nuca, su peinado perfecto, su traje… mientras él se mantenía recto, orinando. Agarrando con fuerza el mango dentro de mi bolsillo levanté el brazo, y hundí el cuchillo a
Yo no dejaba de pensar en que maté al banquero de forma irregular.
La lluvia golpeaba contra la ventana de aquel mugriento hotel, y miraba a través del cristal con una tristeza muy dura que trataba de quebrarme el alma… mientras me esforzaba por sostener llorosamente el vaso de vodka en mi estúpida mano derecha. Maldito vodka barato.
La imagen de aquella sangre tan roja escapando de aquel corte tan pequeño en la base del cuello seguía en mi mente. Era una sangre increíblemente roja.
En la penumbra de la habitación libero un suspiro para desahogar esas ganas de llorar que se atragantan en mi garganta, y recuerdo que no he dejado la chaqueta del traje en el perchero que hay justo al lado de la puerta, como hice la noche anterior. Solo miro la vida gris que hay en la ciudad, esos coches que hay más abajo del séptimo piso, esas personas, esos hijos, esos padres y esos abuelos… esos hombres casados, esas ilusiones… esas cosas que nunca tuve. Aquello que sin saber porqué nunca he merecido.
Dejo el vaso encima de la mesilla de noche y enciendo la lámpara que había en el mueble, dando un poco de luz a la habitación. Eran más de las siete. Toscamente me siento sobre la cama, sin importarme aplastar la chaqueta, y remangándome aquella camisa tan blanca me quedo mirando el suelo, observándome los zapatos. Creo que hay cosas que nunca cambian.
Me habían ordenado matar. Una vez más. Advertí que cada vez odiaba más vestir esos trajes grises y de seguir las indicaciones de una organización tan estúpida.
Yo no soy un gran tipo. No soy alguien que sepa combinar la ropa, escuchar buena música o pueda mantener una conversación interesante. Nunca me han inquietado mucho las relaciones personales; las mujeres han pasado de mí desde el primer momento. Pero mi oficio, es decir, esto que hago, lo se hacer bastante bien. Trabajo según las reglas.
Había seguido al banquero durante toda la mañana. Desde las siete estaba enfrente de su casa, observando como se despedía de sus hijos y luego conducía su BMW hasta el trabajo.
Se pasó la mañana en la oficina, prosiguiendo con su vida. Bromeó con los compañeros, sin darse cuenta que yo lo observaba, sin verme. A la hora de comer salió de la oficina con los compañeros y fueron a un restaurante donde ya les conocen, donde habla con los amigos sobre como marcha la vida y esconde sus patrañas para los demás. El banquero es… bueno, era un gran tipo. Gracioso, divertido y en general sabía disfrutar de la vida.
Le entraron ganas de orinar a eso de las 2 y cuarto. Más o menos. Se levantó limpiándose la boca con la servilleta al tiempo que yo le observaba, masticando mi bistec. Cruzó entre las mesas con paso tranquilo, como sonriendo. Cuando rozó mi silla el tipo no se dio cuenta de cómo yo restregaba el cuchillo en la servilleta para quitarle la salsa del bistec y luego metérmelo en el bolsillo. Me levanté y le seguí hacia el baño, mirándole la nuca. Pasamos entre las mesas y entramos en los baños. Él fue directamente a uno de los orinales, mientras que yo me metí en uno de los habitáculos.
Conté hasta tres, me di la vuelta hacia el hombre y me situé a su espalda. Miré su nuca, su peinado perfecto, su traje… mientras él se mantenía recto, orinando. Agarrando con fuerza el mango dentro de mi bolsillo levanté el brazo, y hundí el cuchillo a
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No entiendo bien el título. Sin embargo el relato está muy bien escrito, sobre todo cuando describes cuando le clava el cuchillo; eso te atrapa en la lectura. Al ser en primera parece que se lo está contando a la policía, quizá sería una introducción buena para un relato más largo. Saludos.
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