


Testigo
Suspense |
11.11.20
Sinopsis
Un testigo particular
Testigo
Ambos se acercaron lentamente con recelo. El primero, de grandes ojos azules y cara recia, me miró desconfiado, se paró junto a mí y exhaló profundamente. Se veía muy preocupado, o eso pude sentir. Parecía acomodar algo a la altura de la cintura; primero pensé que era un revólver, pero lo descarté por exagerado. ¿Qué podría hacer ese hombre, tan elegante y formal, con un revolver en el cinto? En cierto momento me pareció sentir que murmuraba; era imposible que hablara con alguien, claro, se encontraba solo y la plaza estaba desierta. De cualquier manera, era tanta la imponencia de su porte que uno podría pensar que aquel caballero era un dios, un emperador; nada que denotara algún rango inferior. Cuando lo vi cruzar los brazos me percaté de que estaba molesto; eran tantas las personas de brazos cruzados que había presenciado en mi vida que de eso no me quedaba ninguna duda. Almirante Oso, como supe después que se llamaba, estaba preocupado. Cuando la iglesia de la plaza anunció las catorce horas con su campana de bronce, el almirante efectuó un acto que sería el primero de una serie de acciones reprochables. Enojado por la demora del nazi Raúl –como le decían-, o molesto por el calor de aquel día, el Oso giró sobre sí mismo, me miró con indiferencia y me pateó con algo de bronca. No fue efectivo, evidentemente, mi cuerpo era mucho más fuerte y lo único que Oso consiguió fue quedar con el pie sentido. Cuando el camión de reparto de las catorce y treinta se presentó ante nosotros, vislumbramos a lo lejos la figura de Raúl, caminando con paso lento y ojos que solo veían al almirante. Como expliqué previamente, el nazi Raúl se dirigió hacia el Gran Oso, miró hacia mí con recelo, volvió sus ojos al encuentro del militar y le entregó un gran paquete. Marrón y con un cordel como cierre.
-Al fin llegaste. El sol estaba por rostizarme, Raúl.
-No seas tan amargo. Te traje lo que querías; las fotos. Están todas. Por lo que veo te has salvado de las acusaciones. Me alegro que así sea. Sabes que sos mi primo preferido.
-¿Las miraste todas, las fotos? –inquirió el Oso casi con indiferencia.
-Hiciste lo que debías; eliminar a los subversivos. Y sí, las vi todas. Cumplí con mi tarea de guardarlas, pero claro, la curiosidad…
-Ya ha pasado algún tiempo; no corro peligro por ahora, pero siempre conviene ser cuidadoso. No todos estiman que nuestras acciones fueron las correctas. Ya sabes, la muerte de los pichis… –se regocijó con deleite.
-Si…reconozco que no tengo tu valentía… Pero bueno, alguien tenía que hacerlo.
El Oso lo miró confuso, y yo los miraba confuso a los dos. Parecían estimarse, pero por otra parte, su actitud corporal mostraba cuidado, distancia, y en el caso de Raúl un poco de agresividad. Yo no estaba acostumbrado a rodearme de este tipo de personas; nazis, criminales… Su presencia me causaba molestia. En mi tierra, y en mi plaza. Y como si esto fuera poco, las fotos de los crímenes.
El gran Oso se dirigió lentamente a su coche, guardó la caja de fotos en la valija, cerró el auto con parsimonia, y volvió a donde se encontraba su primo, resguardado ahora bajo la sombra de mis hojas. Con un breve movimiento que Raúl no pudo prever, el gran Oso le atravesó un cuchillo que entró por el ombligo, atajó hábilmente la caída de su primo al tiempo que limpiaba el facón, y, sin dirigirle ni una última mirada se retiró en su auto, tranquilo, mientras el moribundo me miraba implorante, tiñiendo mis gruesas ramas con el rojo de su sangre.
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