


Soy experto en hacerme el tonto.
Soy experto en hacerme el tonto. Más que nada los lunes, cuando la gente va más cabreada, con ganas de mandar. Y yo me dejo. Los lunes soy dócil por el deber y la culpa. En todas partes... En casa también... Mis hijos llegan del colegio, ponen lo que quieren en la tele, escogen la cena, si limpian sus habitaciones o no, la ropa que se pondrán al siguiente día... Y yo hago como que me molesta todo. Para que no crean que me da igual. Pero me da igual. Solo finjo estar ocupado... Lavando platos, fregando el suelo, limpiando el baño, escuchando la radio... Porque a todo esto, mi mujer pasa fuera de casa todo el día... A veces pienso que también ella se hace la tonta... Y así llega el martes, miércoles, jueves... La semana nos engulle a todos por la eterna decepción y aburrimiento de la responsabilidad. Antes me alcanzaba con mentir... Pero mentir requiere acción, llega a ser agotador. Hacerse el tonto, en cambio, es dejarse llevar... Por eso ya no trabajo tan bien como antes. ¿O será que mi jefe también se hace el tonto conmigo?
En casa, alguna noche busco a mi esposa... La oportunidad de hacer algo juntos. Y nos hacemos los tontos a la vez. Ella hace como que está cansada, a veces; otras, como que duerme. Yo hago como que la necesito, como que no puedo pasar mucho tiempo sin ella, sin tocarla. Y podría ser verdad. Ahora mismo no sabría decirlo... Lo malo de hacerse tan bien el tonto es que a veces me hago el tonto conmigo mismo... Y ya no sé muy bien qué siento por mi esposa. ¿Qué siento en general? Pero mañana es viernes. Por fin. Buscaré a la chica con la que me veo a escondidas e intentaré no sentirme tonto, intentaré olvidar que soy yo el que le paga la casa, el coche, la ropa... Para que esté conmigo un fin de semana más.
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Así es, Ramón. El éxito total sería, creo, poder darse cuenta cuando se es lo uno o lo otro. Saludos y gracias por pasar.Hacerse el tonto ha veces da resultado, pero vivir como tonto no es saludable.
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La situación era sumamente preocupante. Preguntaba a todo el mundo, de forma más o menos sutil, la misma cuestión. Y la respuesta era negativa siempre.
Camino del hospital, no podía evitar preguntarme si quien me esperaba sería capaz de reconocerme.