


Las líneas discontinuas de la carretera pasan veloces a mi lado, marcan el camino de donde no debo desviarme, no debo, no quiero, no puedo...
Aquí todo es verde. No hay espacio para los huecos rojizos de la tierra, la hierba tapiza el suelo, los helechos se encaraman a las grises paredes de roca y las enredaderas visten los troncos de los árboles hasta las copas que parecen haber crecido demasiado. Desde que entré en las curvas del desfiladero únicamente veo un túnel quasi esmeralda a través del parabrisas, protegida con las hojas que me acogen, aislada de la luz del sol, del mundo y de ti.
Aún le doy vueltas a cómo amanecí en tu cama.
Los pocos coches que vienen en sentido contrario no se preocupan por pisar mi carril y vuelvo a dedicar la atención a la carretera, pero la escena de anoche en la terraza del bar del hotel insiste en aparecer como si la estuviera viviendo otra vez.
El silencio allí, entre las altas montañas, sólo era profanado por las aguas del arroyo que discurría unos metros más abajo del hotel de montaña donde estaba alojada.
Qué oportuno... suena en el reproductor "Dancing With a Stranger". Anoche, cuando te acercaste y me preguntaste si estaba sola, si me apetecía compañía para tomar una copa, sonaba la misma canción.
Había poca luz y una pequeña vela iluminaba un palmo más allá de la mesa, poco más. Tus rasgos suaves y relajados y tu sonrisa rompieron mi natural recelo hacia los desconocidos.
Sólo recuerdo risas y de entre toda nuestra conversación, tu "filosofía del aliento".
—¿Cuántos alientos nos quedan? ¿Lo sabes?
—No, no lo sé —contesté yo, sorprendida por esa pregunta.
Nos miramos fijamente en silencio. Quizá fue la segunda copa de vino, quizá la calidez que emanaba de tu persona entre el frescor de la noche lo que hizo que me dejara llevar, cuando pronunciaste mi nombre y me ofreciste tu mano.
Estuvimos bailando con los altos picos como únicos testigos, sin casi movernos de la misma baldosa, cada vez más cerca, cada vez más enervadas nuestras pieles, tu boca en mi oído me susurraba que eras mío, me susurraba tu deseo, tus labios rozando mis labios rogándome que no te dejara solo esa noche...
La carretera empieza a descender y a lo lejos se ven pequeñas casas aisladas rodeadas de verdes prados al pie de las altas montañas, aún cubiertas por retazos de niebla que el sol no ha conseguido llevarse.
Un beso me ha despertado de madrugada, aún envuelta entre las cálidas sábanas. Tu sonrisa todavía está impresa en mi mente, acompañándome entre los paisajes inolvidables, no por el color, sino porque aún siento tu dulce aliento sobre mis labios.
y comenta
-
Me alegro de que te hay gustado Tash, cierto lo de las canciones... Un saludo!Tu relato me ha atrapado desde la primera frase y me ha hecho soñar. Es curioso lo de las canciones porque a menudo te envían mensajes. Precioso relato. SaludosMe parece que está muy bien escrito, y que se te dan muy bien este tipo de relatos. Un saludoComo dice nuestro amigo Francesc, una verdadera aventura!!!!Nada del otro mundo pero interesante veo que tienes buenos fans....Saludos. ...¡Vaya aventura romántica, chica! Me has hecho evocar cuando yo ligaba por estos mundos de Dios. Todo y nada podía pasar porque la vida es así. Además veo que te influyen mucho los lugares en que se despierta tu romanticismo.Hago mías las palabras de Ana. Te adoro. Abrazo de mis labiosMe alegra que te guste el relato, Yazmin. Un besazo.¡Barbaro! Estoy totalmente de acuerdo con Ana Pirela. Tu forma de escribir es maravillosa. Me encanta!!