Él es nada más ni nada menos que la depresión.

Lo tendría que haber predecido esa mañana cuando desperté con el olor de que no sería un día usual.  

Lo tendría que haber descubierto minutos antes de caminar al lado de sus pies ruidosos en la oscuridad de esa calle. Debí haber corrido.

Su tranquilidad daba a sospechar que algo tramaba pero para ser sincera siempre su presencia me hacía sentir así, insegura.

Su estrategia acumulaba años de odio hacía mi y lo sabía, nunca pensé que llegaría a un final tan sangriento ni que sería yo quien se rindiera a su plan.

Esta tarde después de lo cotidiano, amenazó por última vez invadir mi mente a tal punto de que querer quitarme la cabeza. Lo dijo en un tono de burla “ desearás morir y claro no podrán culparme”.

Sus pies,sus susurros, su respirar, sus ojos llenos de ira pero sobre todo sus palabras que a distancia aún seguían caminando conmigo. Repetían sin estar presente, frases estudiadas para generar temor dirigidas a esas particularidades que sólo él sabía que existían en mi.

Crucé la puerta ansiando un poco de tranquilidad, pero en el silencio su rostro impreso en cada pared podía masticar mi esperanza y en mis recuerdos aun podía golpearme cuantas veces quisiera.

Una bomba estalló en mi casa, dos minutos después me tiré  por la ventana y el cuerpo de nuevo se desmayó a sus pies. Él ganó.