


<<Ya nadie la cantará cuando nos hayamos ido>>
El viento barría la superficie del pequeño mundo colándose por las ranuras de las viejas estructuras de hierro, vestigios de los tiempos del Evento, produciendo aullidos lastimeros que parecían ser quejidos del propio planeta ante su triste olvido.
Dentro de la pequeña choza Lya agonizaba. Sus bellos ojos violetas miraban sin ver rememorando los tiempos felices. Lorién la arropó y le acarició el rostro, que aún anciano era hermoso. Su pelo caía sobre la almohada blanco como la nieve. Se recostó hacia él. << Cántamela una última vez >> Dijo arrastrando las palabras con dificultad. Lorién sonrió con tristeza y cogió su mano delicadamente. Cerró los ojos y comenzó a entonar con voz queda rota por la pena.
<<Cuentan que hubo un tiempo en el que los humanos vivieron unidos
Pero su corazón seguía siendo nómada
Y comenzaron a recorrer las estrellas
Las creencias de la legendaria Madre Tierra fueron sustituidas por nuevas tradiciones
Y los nuevos mundos comenzaron a celebrarse con eventos
Cuentan que en la celebración del Evento de un pequeño mundo Lya y Lorién se encontraron y sus destinos quedaron unidos para siempre
Pero la estrella de ese pequeño mundo comenzó a alejarse y el planeta comenzó a morir de frío
Cuentan que Lya y Lorién fueron los últimos habitantes de ese mundo
Cuentan que decidieron morir con él.>>
Lya sonrió satisfecha. <<Ya nadie la cantará cuando nos hayamos ido>> Sus miradas coincidieron. << ¿Hemos sido felices verdad?>> Dijo. Lorién apenas podía hablar. <<Sí mi amor, mucho>>.
<<Abrázame>>. Le susurró Lya con un hilo de voz. Lorién la abrazó suavemente, sintiendo su fragilidad y transmitiéndole el amor que habían compartido a lo largo de una vida ya vivida. Y allí permaneció en silencio, acunándola durante un largo rato. Cuando la depositó de nuevo sobre la almohada Lya ya se había ido.
Lorién la contempló con lágrimas en los ojos durante un instante eterno. Al fin se levantó y salió fuera, hacía frío, los tibios rayos de luz lo llenaban todo de tonalidades ocres; pero apenas acariciaban ya la superficie del planeta. Alzó la vista hacia los cielos, y allí estaba la estrella, alejándose a toda velocidad de su mundo, e irguiéndose como un recordatorio permanente de la temporalidad de la vida, de que todo tiene un principio y un fin, y dotando por ello a las vidas mortales de una belleza sublime que hasta los dioses envidian, porque los momentos vividos jamás serán más bellos de lo que ya fueron, ni jamás volverán a repetirse.
Lorién se sentó apoyando la espalda en la pared de la choza y observó la estrella plácidamente, hasta el instante en el que oteó a su alrededor y sonrió despidiéndose de su mundo, al fin cerró los ojos y lleno de paz esperó a que el frío penetrara en sus huesos.
FIN.
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Y yo, mientras veo las frías nubes correr por el cielo a kilómetros de altura, pienso que puede que Camus tuviera razón.
El que nuestro pasado remoto, nuestro inicio como civilización y como especie, estuviera entroncado con seres de las estrellas, me parecía una idea sumamente romántica y bella.
Muchos incautos han intentado conocer sus secretos, pero muy pocos han podido regresar vivos para contarlo.
El amor de dos amantes en mitad de una Europa carcomida por el odio.
Lo que ocurrió en aquella pequeña iglesia de Etiopía hace más de ochenta años desencadenó unos acontecimientos que casi nadie fue capaz de imaginar...


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Al fin puedo brindaros esta magnífica historia. Acompaña a Lorién en una increíble aventura con la que recorrerás los rincones más recónditos de Oriente Medio y África en la búsqueda de un secreto que cambiará el mundo para siempre. Disponible en el enlace web.