


El agente Simms estaba degustando su donut glaseado con sumo deleite acompañado de su café con leche servido en el vaso de plástico de una máquina expendedora de bebidas cuando todo su contenido quedó vertido sobre sus rodillas al sobresaltarle un movimiento brusco de su compañero situado al volante del coche patrulla.
- Demonios, Red. Me has puesto perdido- se quejó enfadado.
- He visto algo.
- Cómo.
- Una silueta corriendo pegado a las fachadas de los edificios de la calle. Creo que se ha metido en el callejón sin salida.
- Pues vamos a echar un vistazo.
Simms y Red se internaron en el callejón tomando todas las precauciones del mundo. Armados y con la linterna de Simms iluminando lo que pudiera avecinarse a escasos metros delante de ellos. En la callejuela abundaba la basura y todo tipo de mobiliario viejo abandonado por sus antiguos propietarios. Continuaron avanzando hasta que dieron al fondo con una persona. Simms enfocó la figura con el haz de su linterna, sacándola del anonimato de las sombras. Era un joven desaliñado y con una larga melena que le llegaba hasta los hombros. Vestía unos vaqueros desgastados y rotos por las rodillas, con el torso desnudo. Lo que les llamó poderosamente la atención fue algo que sostenía en la mano derecha. Llevaba una cabeza de varón sujetada por los cabellos.
- ¡Dios Santo! ¿Qué has hecho, cabrón? - farfulló Simms, exaltado.
- Quédese quieto y no realice ningún movimiento extraño - Red echó mano de las esposas.
El chico los miraba con la vista perdida en el vacío.
- Tienes derecho a guardar silencio. Se te procurará un abogado de oficio, si así lo deseas. Ahora deposita… lo que llevas en la mano en el suelo - Red tragaba saliva.
La cabeza estaba chorreando aún sangre. Parecía que acabara de realizarse la decapitación hacía escasos minutos.
- Alza tus brazos, chico. Te doy cinco segundos para hacerlo. Hazlo, o si no disparo - le urgió Simms con el ceño fruncido.
Entonces sucedió algo inenarrable.
Los ojos de la cabeza se removieron en sus cuencas y se quedaron mirando con fijeza a los dos policías.
Estos se quedaron sin habla.
- A qué esperas, hijo mío - emergió una voz cavernosa de los labios de la cabeza.
El joven recuperó sus cinco sentidos. Su rostro se tornó brutal. Su otra mano realizó un movimiento brusco. Entre los dedos llevaba guardado un pequeño frasco que contenía un líquido transparente. Lo arrojó sobre los rostros de los agentes de policía. Estos no tardaron en aullar de dolor, dejando caer sus armas y la linterna sobre el suelo. El contenido que los salpicó era una especie de ácido. Con las manos llevadas a las caras, la piel de la tez se les iba cayendo a tiras, quedando los músculos faciales a la vista.
El portador de la cabeza humana recogió una de las pistolas y dio por concluido sus penalidades.
Instantes después abandonaba la escena llevándose consigo a
(su padre)
la cabeza que tanto respeto le infundaba.
y comenta
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Diosss, que bueno este relato de terror. Corto y bueno, y lo bueno.. si breve... dos veces breve... o era dos veces bueno?.Como te gustan las historias de terror... a mi me gustas más cuando nos haces reir... sigue escribiendo compañero. Muchas gracias por tus palabras de apoyo. Un beso.
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Escribo relatos cortos de terror, donde nunca jamás habrá un final feliz (eso se lo dejo a las series y las pelis).