Bizancio

... El alano Georges llegaba con la espada desnuda en la mano. Roger lo vio y sintió que el aire de la sala cambiaba de color. Todo era amarillo y oro, pero se hacía más oscuro. Al lado de Georges iba un capitán de las tropas turcopoles con más de una docena de los suyos detrás, y con ellos Gregorios, capitán romeo amigo de los genoveses. Al verlos, el príncipe Miguel, muy pálido, se apartó a un extremo de la sala. El Rey, mirando con ira a Georges, dijo: "¿Qué violencia es ésta en mi casa?"... Buscó Roger con los ojos a Bizcarra, que tenía cuidado de sus armas. El príncipe Miguel se había retirado a un rincón y esperaba, más amarillo que nunca, atacado de una tos seca y nerviosa. La reina Irene gritó: "¡Traición! ¡Favor al César!" Como si Georges y los suyos quisieran cubrir con sus voces las de la reina, avanzaron hacia Roger, insultándolo todos a un tiempo. Roger dijo: "Caballeros, no se trata, espero, de una algarada de rufianes. Concédanme el derecho de la defensa" La reina Irene gritó de un modo inarticulado: "¡Huye, huye y sálvate para mi hija y para el Imperio!" En esas voces entendió Roger, mejor que en la actitud de sus enemigos, que había llegado su fin. "Caballeros"- repitió, más pálido- Supongo que ninguno de ustedes es tan cobarde que quiera matarme por sorpresa y a traición" Se dio cuenta entonces de que el Emperador no estaba en la sala. Había una panoplia en el muro y se dirigió allí para alcanzar un arma, pero en aquel momento se sintió herido en la espalda. Dio frente a sus enemigos, como una fiera: "Georges, traidor, cobarde. ¡Tenías que ser tú!" Avanzó sangrando por la boca hacia la puerta, donde la reina Irene gritaba otra vez: "¡Favor al César!" El príncipe Miguel, en su rincón, miraba y tosía nerviosamente. Dos de los hombres que seguían a Georges y el mismo capitán alano avanzaron hacia Roger, que vacilaba sobre sus pies. Uno le agarró por el cabello y el mismo Georges le cortó la cabeza de un solo tajo. La reina Irene, con una voz ronca, repetía fuera de la sala: "¡Traición! ¡Favor a la reina!"... El cuerpo de Roger seguía en la alfombra. La cabeza la llevaba Georges colgada de los cabellos... El príncipe Miguel, sin dejar de toser, se acercó al cuerpo caído, y dándole con el pie, dijo: "Ahí estás tú, el de las grandes victorias, el que vino a salvarnos, el que pudo hacer en un año lo que nosotros no habíamos hecho..."