La ira del Fuego

El secreto del Fuego/ Parte I
Oriunda de un viejo poblado de Mozambique, nunca había contemplado el mar, menos el de mandar un pin o abrir su Facebook cada día, puesto que una mañana sintió el fragor de las balas restallar en su humilde choza para salir corriendo del poblado con su hermana María y su madre Lydia. Quizá, los colonos portugueses al ver perdido su control en la población, decidieron armar células guerrilleras para saquear los caseríos, sembrar el terror y el miedo entre los moradores por medio del crimen y el pillaje. Sofía mira atrás su choza ardiendo en llamas mientras su mami le tira de la mano buscando adentrarse hacia profundas montañas. Por las noches, a escondidas, acompañada del eco nocturno con zumbidos de animales salvajes, el viento recoge el eco de lejanas detonaciones perpetradas por los bandidos. Mientras en alguna lejana ciudad de sur américa los poderosos cambian barriles de petróleo por tambores de ñame o cambur; los estómagos de Sofía, maría y Lydia, almuerzan con aire y cenan con el olvido de su hogar hecho cenizas.
Hacen fogatas por las noches y Sofía en cada llama mira los rostros que ayer estaban a su lado y los fusiles aniquilaron. Sofía siente miedo, ese prurito escondido que en la humanidad moderna se apodera de las almas, mucho miedo de quedarse sola cuando lleguen los bandidos y maten a todos. Pero arribaron a una aldea y la esperanza cobró resonancia desde el fuego. Un cura llamado José María les da alojo, comida y las incita a ir a la escuela.
Les advirtieron con rigor de peligrosidad que debían andar con sumo cuidado y no salirse nunca del camino trazado, debido que la zona y sus adyacencias boscosas, estaban repletas de minas que a muchos habían matado. ¿Qué es una mina, José María? Ingenua pregunta que lanza Sofía cuya explicación del sacerdote solo generó curiosidad en la infanta. Recuerden niñas:- siempre por el camino trazado, nunca los atajos-. Pasaron meses y todo marchaba de maravilla sintiendo Sofía colosal inclinación por un señor en la aldea que se dedicaba a coser vestidos. Dijo que quería ser costurera por siempre, y, por las noches augurios y presagios ocultos pendían flagrantes en las acostumbradas fogatas que hacían por las noches para dialogar evadiendo por instantes el miedo y el frío. Lamentable deceso cuando una noche de descuido, Sofía al jugar pelota con maría, se salió del camino buscando la esférica…¡boom! Explotó una mina. María muerta y Sofía, ahora luchaba por su existencia entristecida cuando sin piernas quedó. El padre le consiguió piernas postizas a las que tuvo de amigas hablar de hasta nombres poner: “Kukula” llamó a su pierna derecha; “Xitsongo” a su pierna izquierda, ello en su propia lengua candorosa significaba larga y corta. Vicisitudes y debacles debió por años pasar cuando con su madre volvió a reunirse su nuevo padrastro se burlaba y tumbaba al suelo terminando sus días ejerciendo el oficio de costurera que el destino premió entre llamas crepusculares evocadas con algún otrora encuentro abrazador.
José A. Morales/ Vautrin
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