Lolita

“Lolita” de Valdimir Nabokov, es uno de aquellos libros que a los ciudadanos “buenistas” puede sacarle los colores. Disgustarles, que es aún peor. La temática es bien conocida por todos: Un cuarentón se encapricha por una niña de 12 años.
En un mundo plagado de restricciones, donde el mundo civilizado forma parte del “enemigo a vencer” para Humbert Humbert, él tendrá la difícil situación de verse preso de ese deseo de estar cerca de Lolita.
Por su parte, Lolita encarna —para mí gusto— muy bien la representación de la juventud. Rebelde. Coqueta. Aventurera. Es, pues, todo lo que nosotros, hombres y mujeres, deseamos: volver a ese estado natural donde creemos que todo lo podemos.
Nabokov, consciente del tema tan polémico de su novela, creó una buena historia adaptada para cada uno de sus personajes. Tanto es así, que hasta meditó sobre las repercusiones “subliminales” al escuchar los nombres de los protagonistas. Una característica notable en él. Hablaba de la necesidad de una “cadencia lírica” en “Lolita”, donde “ita” es un sufijo que despierta sentimientos positivos. En cambio “Humbert Humbert” (Hum) se asocia, decía el autor, a un ruido sordo, muy desagradable. Estamos de acuerdo con esta apreciación.
Una obra recomendada para empezar a entender a esa “sombra” que existe en todo ser humano que reprime su instinto por largo tiempo, hasta que de repente, escapa de su control.