


Abandonar el desierto es dejar atrás las horas aciagas y lúgubres de nuestras vidas. Es pretender regresar a la luz. Abandonar el mal, la tristeza o el desaliento es huir de condiciones humanas tan necesarias para nosotros como tener pulso. Sí, sales y llegas a un lugar mejor: llegas a puerto. Aun no habiendo visto faro alguno, esa calma en el oleaje te resulta curativa. Y es por ello que crees que abandonas el desierto, abandonas el mal.
No sabes cuánta falta te hace, en algunos momentos, notar esa herida absoluta. Saber que ese daño es una señal de que estas vivo. No serías el primero que, llegando a la frontera del desierto y siendo consciente de la realidad, se da cuenta de lo que pierde y... da media vuelta. Necesitamos de un cierto nivel de deshidratación para valorar el agua. Incluso los instantes de adipsia nos muestran, de manera categórica, el valor del agua que somos. No abandones lo que consideras mal, sólo para regresar a lo que crees que es bien. Muchas veces no sólo no lo es, sino que es incluso peor que el lugar que te planteabas dejar atrás. La maldad es una tensión leve de nuestra existencia que, en su justa medida, nos puede resultar tan útil como la bondad.
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Hola Irene, la verdad es que estás en lo cierto. Este texto es un claro ejemplo de mi escritura automática. Lo hago porque lo necesito, para ser sinceros, pero siempre, eso sí más tarde, me doy cuenta de que escribo sobre temas delicados. Pero me puede el texto. Soy un esclavo de las manchas que dejo negro sobre blanco cada vez que tengo que justificar mi existencia. No puedo evitarlo. Moriré escribiendo aunque sólo sea para rubricar mis últimas palabras en mi propio obituario. Pero gracias por el comentario y por aparecer en mi vida; de este modo te he descubierto y así podré leer tus textos y beber o aprehender de ti. Gracias. Un abrazo.Palabras verdaderas expresadas de una manera meticulosa y sincera. Lo malo y lo bueno son matices que se perciben de forma diferente para según que personas. Un abrazo.