


Brillo Naranja
Humor |
14.08.07
Sinopsis
Brillo Naranja
Pues cuando comprendí que había perdido totalmente mi capacidad de relacionarme con las personas, si no era con uniforme por medio, empecé a sentirme algo inquieta. Un picor de ingles y sobacos me puso nerviosa y me pregunté qué remedio podría sacarme de tal rigidez.
La evocación de mi vecina vino en mi ayuda. Otros tienen hadas madrinas o abogados. Yo sólo cuento con evocaciones. En este caso recordé a mi vecina, relaciones públicas por excelencia, locuaz, políglota, polífaga, polígama y experta en no dejarse apabullar. Así que intenté ponerme en su lugar y tratar de pensar en qué es lo que haría ella en mi lugar para volver a relacionarse con el mundo de las personas, que no es el mismo que el de la gente.
Me puse un brillo naranja en los labios, el pelo algo alborotado, pero fui incapaz de prescindir de un virginal vestido azul marino, la perfección estética siempre se me ha resistido.
Me fui a un lugar hiperpoblado. Paseé con sonrisa tierna y esperanzada arriba y abajo. Oí cómo un señor de metro noventa, con un niño sentado en los hombros, le decía alegremente que iban a ver los barcos. Fui yo también a ver los barcos. Pero ni el señor de metro noventa, ni el niño, ni ningún barco tuvieron a bien dirigirme la palabra.
No importa, me dije para mis adentros, Roma no se conquistó en un día. Aunque lo cierto es que el naranja de mis labios comenzaba a quedarse mate.
Algo harta de mi empeño en reconquistar a las personas, encendí un cigarro, claro que, como no soy fumadora, me entró una terrible tos de perro y arrojé la colilla a una papelera, provocando un incendio de siete pares de narices.
Acudieron bomberos, colegas y todo tipo de seres uniformados que me hicieron recuperar mi fe en el uniforme.
Pero bien sabe Satanás que la vida es dura: ninguno tuvo la decencia de fijarse en el brillo naranja de mis labios. Se dedicaron a rescatar indivíduos semicarbonizados y me dejaron más sola e insignificante que una rata siberiana.
Volví a mi casa triste y compungida, me puse un camisón con encajes y puntillas, y soñé que era un elefante africano.
Pues cuando comprendí que había perdido totalmente mi capacidad de relacionarme con las personas, si no era con uniforme por medio, empecé a sentirme algo inquieta. Un picor de ingles y sobacos me puso nerviosa y me pregunté qué remedio podría sacarme de tal rigidez.
La evocación de mi vecina vino en mi ayuda. Otros tienen hadas madrinas o abogados. Yo sólo cuento con evocaciones. En este caso recordé a mi vecina, relaciones públicas por excelencia, locuaz, políglota, polífaga, polígama y experta en no dejarse apabullar. Así que intenté ponerme en su lugar y tratar de pensar en qué es lo que haría ella en mi lugar para volver a relacionarse con el mundo de las personas, que no es el mismo que el de la gente.
Me puse un brillo naranja en los labios, el pelo algo alborotado, pero fui incapaz de prescindir de un virginal vestido azul marino, la perfección estética siempre se me ha resistido.
Me fui a un lugar hiperpoblado. Paseé con sonrisa tierna y esperanzada arriba y abajo. Oí cómo un señor de metro noventa, con un niño sentado en los hombros, le decía alegremente que iban a ver los barcos. Fui yo también a ver los barcos. Pero ni el señor de metro noventa, ni el niño, ni ningún barco tuvieron a bien dirigirme la palabra.
No importa, me dije para mis adentros, Roma no se conquistó en un día. Aunque lo cierto es que el naranja de mis labios comenzaba a quedarse mate.
Algo harta de mi empeño en reconquistar a las personas, encendí un cigarro, claro que, como no soy fumadora, me entró una terrible tos de perro y arrojé la colilla a una papelera, provocando un incendio de siete pares de narices.
Acudieron bomberos, colegas y todo tipo de seres uniformados que me hicieron recuperar mi fe en el uniforme.
Pero bien sabe Satanás que la vida es dura: ninguno tuvo la decencia de fijarse en el brillo naranja de mis labios. Se dedicaron a rescatar indivíduos semicarbonizados y me dejaron más sola e insignificante que una rata siberiana.
Volví a mi casa triste y compungida, me puse un camisón con encajes y puntillas, y soñé que era un elefante africano.
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Se ve que no te han descubierto porque no tienes tantas lecturas. Te leí cuando te seleccionaron relato del mes, me fascina la cantidad de imágenes y metáforas que usas una detrás de la otra, la verdad que es un deleite, es tu estilo, lo noto en todos tus relatos.jajajaSiendo sincero plenamente te diré que me gustaría de forma viva leer un relato tuyo que , aunque someramente, rozara la realidad. Para la ciencia ficción y gore tengo el cine. Un beso.Un relato alocado,en tu línea, aunque he leído otros que me han llamado más la atención. La narración es muy correcta y la psicología del personaje queda bien matizadaMenuda insolación. ¿Cómo era? Mejor darse cremita para no sé qué de la levita... Te recomiendo la montaña. O no. No sea que nos perdamos ésto.me encanta tu sentido del humor: ácido, irónico. Y sobre todo muy inteligente. Un saludo!Como dijo Panero, "más solo que yo, imposible". Lo mejor es que lo tomes con sentido del humor. Pero yo odio los uniformes. Y prefiero los gatos. ¿Un elefante africano?. Me encantó lo del mundo de la gente y el de las personas. Seguiré leyendo...¿Has probado con un perrito? ¡Por favor no me malinterpretes!. Yo tengo tres y me va muy bien. El sistema es bueno pero tiene una pega, no soporto recoger mierdas con una bolsita de plástico, por lo demás funciona.
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