


El calamar rijoso
Humor |
13.11.07
Sinopsis
Me atuso frente al espejo. Me observo. Me acicalo. Pruebo poses diversas. Todo es poco con tal de agradar a mi nueva novia. Es un ruso orondo, macilento y velludo que atiende al apodo de Strogoff Demetrius. Nos conocimos por el chat. En uno de esos chats de devoradores de pequeñas presas animales vivas. Lo típico. Yo entré porque desde niño había desarrollado y mantenido la extraña manía de meterme en la boca cada cosa pequeña viva que encontraba para después masticarla fervorosamente. En mis primeras incursiones en la materia, con los Plastidecor y las témperas, todo el mundo se reía mucho. Para ellos era algo gracioso. Lo consideraban algo natural, propio del sentido de experimentación de los niños. Cuando, al poco, acudí a ocupar mi sitio en la mesa durante una cena familiar haciendo gárgaras con un recién masticado pudding de cucarachas frescas, ya no les pareció tan divertido. Días después, cuando me sorprendieron escupiendo a escondidas pelo de hámster debajo de la moqueta decidieron incriminarme en un delito que no cometí con ayuda de un picapleitos corrupto, consiguiendo finalmente que ingresara en el reformatorio. Tiempo después, cambiaron mi apellido en el juzgado para evitar posibles vinculaciones futuras. Desde entonces me llamo Edelmiro Lecter. Por supuesto, no he vuelto a saber nada de mis fraternales mentores.
Pero bueno, no he venido aquí a contar mi triste historia. Hablaba de mi chica, Strogoff. Ella frecuentaba los mismos chats carnívoros que yo, pero por otros motivos. Se trataba de motivos que enraizaban con la tradición familiar. Su abuelo, Smirnoff Demetrius, que en paz descanse, batalló contra las hordas nazis en San Petersburgo y su última misión consistió en secuestrar a escondidas una paloma mensajera al azar de entre los palomares enemigos, hipnotizarla mediante precisas consignas enemigas diseñadas por un especialista, y aleccionarla para que persuadiera al resto de palomas de que la batalla estaba perdida y de este modo, propagar los mensajes desalentadores de retirada a todos los viles invasores alemanes que solicitaran mensajería palomística durante la contienda. Las pobres criaturas aladas, consternadas ante la inmediatez de la derrota, en lugar de entregar sus mensajes a los receptores, harían trizas los mensajes presas de ataques de histeria, picarían en el ojo a los oficiales que osaran siquiera tocarlas y se inmolarían regularmente estrellándose contra los altavoces que diariamente enaltecían a los soldados con sus peroratas sonoras en territorio enemigo. Esto daría lugar a un inevitable desconcierto en las ya mermadas conciencias de los nazis, que se percatarían de que algo no marchaba bien, lo que acabaría desencadenando inevitablemente la rendición incondicional del invasor ocupante. Y el plan habría sido perfecto de no ser porque el pobre Smirnoff, en el momento de encomendársele la misión, llevaba ya tres semanas alimentándose únicamente a base de Smints de frutas del bosque y goma espuma de cojín. Ya sabéis. La tentación vive arriba. En el palomar, más concretamente. Por este motivo, tras secuestrar a la paloma y volver a cruzar de nuevo las líneas enemigas, no pudo contener la hambruna e irreflexivamente guisó a la paloma mensajera en pepitoria dentro de su casco reglamentario, improvisando para ello un fuego campestre parapetado tras unas matas cercanas. Después, asustado ante la certeza de su ejecución inminente por incumplimiento de una orden directa, no encontró mejor manera de cumplir su cometido que cubrir su cuerpo e
Pero bueno, no he venido aquí a contar mi triste historia. Hablaba de mi chica, Strogoff. Ella frecuentaba los mismos chats carnívoros que yo, pero por otros motivos. Se trataba de motivos que enraizaban con la tradición familiar. Su abuelo, Smirnoff Demetrius, que en paz descanse, batalló contra las hordas nazis en San Petersburgo y su última misión consistió en secuestrar a escondidas una paloma mensajera al azar de entre los palomares enemigos, hipnotizarla mediante precisas consignas enemigas diseñadas por un especialista, y aleccionarla para que persuadiera al resto de palomas de que la batalla estaba perdida y de este modo, propagar los mensajes desalentadores de retirada a todos los viles invasores alemanes que solicitaran mensajería palomística durante la contienda. Las pobres criaturas aladas, consternadas ante la inmediatez de la derrota, en lugar de entregar sus mensajes a los receptores, harían trizas los mensajes presas de ataques de histeria, picarían en el ojo a los oficiales que osaran siquiera tocarlas y se inmolarían regularmente estrellándose contra los altavoces que diariamente enaltecían a los soldados con sus peroratas sonoras en territorio enemigo. Esto daría lugar a un inevitable desconcierto en las ya mermadas conciencias de los nazis, que se percatarían de que algo no marchaba bien, lo que acabaría desencadenando inevitablemente la rendición incondicional del invasor ocupante. Y el plan habría sido perfecto de no ser porque el pobre Smirnoff, en el momento de encomendársele la misión, llevaba ya tres semanas alimentándose únicamente a base de Smints de frutas del bosque y goma espuma de cojín. Ya sabéis. La tentación vive arriba. En el palomar, más concretamente. Por este motivo, tras secuestrar a la paloma y volver a cruzar de nuevo las líneas enemigas, no pudo contener la hambruna e irreflexivamente guisó a la paloma mensajera en pepitoria dentro de su casco reglamentario, improvisando para ello un fuego campestre parapetado tras unas matas cercanas. Después, asustado ante la certeza de su ejecución inminente por incumplimiento de una orden directa, no encontró mejor manera de cumplir su cometido que cubrir su cuerpo e
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La verdad es que me ha distraido, con alguna sonrrisaLo único que no me gusta es el título.Muy bueno el relato, de lo más original y divertido, y aunque rondas la escatología, no por eso caes en la grosería. De lo más entretenido. Un saludo
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