


No pude esbozar palabras, ni gritos, tampoco lágrimas; solo quedé recostado en la cama observando el ventilador de techo en la habitación. Sentía que el mundo me había roto el cuerpo de una forma inimaginable, aplastándome como una compactadora de basura hasta dejar hecho polvo mis huesos. Reclinado horizontalmente sobre el colchón, solo inspiro y exhalo de manera rítmica sin poder pegar un ojo desde anoche. Tampoco pudo acallar los recuerdos de mi cabeza que corren como una locomotora desbocada.
El asunto es que Trini me había dejado con un mensaje escueto en el teléfono que decía –ya fue!- además, en la fintech donde trabajaba me notificaban que finalizaba unilateralmente mi contrato laboral sin causa justa, y para rematarla en unos meses tenía que negociar mi contrato de alquiler con la inmobiliaria. Pensaba que sin duda al destino le gustaba romperme a pedacitos y reírse descaradamente en mi rostro.
Ya son las siete de la mañana y me levanto de la cama con un cigarrillo encendido entre mis labios. Salgo a la calle a caminar sin ser el mismo. Me encuentro sumergido en una desesperanza que no me quiere abandonar. Pero tengo que salir de ahí y reacomodar mi sistema nervioso. Si bien,-supongo - es el cerebro quién envía al resto de los órganos las órdenes sobre cómo proseguir. Es mi corazón el que no acata.
Tras dar unos cuantos pasos sobre la vereda, meto las manos en los bolsillos delanteros del pantalón y me percato que no tengo el atado de cigarrillo. Había tardado dos años en darme cuenta que no dependía de mí todo lo que no es mi propio acto; pero si dependía de mí las opiniones, inclinaciones, deseos, aborrecimientos y todas las acciones que eran mías. Sin embargo –me repetía- mis acciones solo estaban sujetas a mí ser y parecer, las demás eran restricciones impuestas por la voluntad de otros.
Volviendo a casa, luego de comprar cigarrillos, avizoro que delante de la puerta había dos policías y bajo la bota de uno de ellos, se encontraba tirado un pibe con la cara ensangrentada jurando que él no había hecho nada. Me doy cuenta que a veces un segundo lo cambia todo. Entonces comprendo que el tiempo es determinante.
-Un intento de robo en la esquina. - dice un oficial, el segundo emprende la marcha para revisar toda la cuadra porque se encontraba prófugo el compañero del sospechoso. Entré a casa y me eche a la cama en silencio. Desbloqueé el celular y leí noticias, mientras que en otra ventana dilucidaba el estado de Trini en las redes sociales -¿Qué me pasa? ¿Tengo que reprogramar el cerebro para no saber de ella? –me preguntaba a mí mismo.
Recordé cuando todo era mensajito hasta las cinco de la mañana. -¡Mierda! – exclamé internamente- necesito nuevos recuerdos.
Apago el celular y una vez más me desarmo en la anchura de la cama, suturar las heridas y continuar es difícil. Ahora es el momento de hacer lo que más quiero, no esperar hasta mañana o la semana que viene. Ya no ser un cobarde y excusarme por los muertos del pasado. Tengo que volar con el empuje del viento que viene y transformar este invierno sombrío en un cálido amanecer de primavera.
Escucho que un hombre allá afuera en la vereda le pregunta al policía si recuerda la noche del martes en que estacionó un Duna junto a la plazoleta Derqui, en la esquina. Había denunciado que se encontraban merodeadores en la zona y que la policía nunca llegó para corroborarlo.
Las circunstancias, las casualidades o las causalidades nos reúnen. Ya no es seguro ningún lugar y hay que convertirse en un pastor alemán en el corazón de la noche barrial. No vivimos en la comodidad y conformidad, por lo contrario navegamos siempre en un mar picado de incomodidad e inconformismo. No sé, me pregunto si algún día estará todo bien.
Es desolador, me levanto y voy hacía la heladera y saco una cubetera, la frustración de no tener nada me da ataques de ansiedad y apago los cigarrillos una y otra vez sobre un cubo de hielo con los ojos perdidos. Sin embargo, negocio conmigo mismo y lo veo desde otro punto de vista, acuerdo que es una nueva chance de vivir, de sentir y de saber que estoy aprendiendo algo, ya que lo bueno y lo malo por lo general pasa.
Me sonrío y oigo a lo lejos el ulular de la sirena del patrullero, habrán capturado al segundo sospechoso-me digo- mientras que el sonido se vuelve cada vez más imperceptible. Mi nuevo punto de vista no me convence demasiado y me recuesto nuevamente en la cama luego de prender el ventilador de techo en la habitación.
No sé, por el momento me hago la promesa de serme fiel y creer en mí. Mañana es otro día, otro comienzo, otros fantasmas y sobre el colchón inspiro y exhalo de manera rítmica sin poder cerrar los ojos.
y comenta
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Hola francesc miralles, si son momentos inciertos que hay que transitar. Te mando un saludo grande y gracias.Estupenda reflexión. Pues yo creo que sí que vivimos en un mar encrespado, y siempre tenemos que sortear el oleaje. Un oleaje, que muchas veces nos supera y uno no sabe por dónde tirar. Vivimos en una mala época.


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Actualmente un dandy sin vermú, que en el despertar de su adolescencia y luego de oír las incisivas opiniones de George C...! mientras se ojeaba la 13/20, nippur, el eternauta, el diario o madhouse lo tentó el 4 poder. En la juventud luego de hacer mucho head bange! la melena se fue, la panza apareció y la militancia llegó, militar por el asado, la cerveza, la lectura e Internet. El viejo se harto y lo mando a laburar! y aunque los años pasan nunca perdió el espirito púber punkero.