


Corría un líquido un tanto extraño por la ladera. El hedor era indescriptible; el paisaje era desolador. Olía lo bastante mal como para cortar la respiración y contaminar los pulmones de cualquiera, si es que quedaba alguien aún con esa capacidad.
Los ríos eran negros; las montañas, grises; no quedaban bosques, ni nada que se pareciera al color verde. Formaba parte de uno de los colores perdidos para siempre: el verde, el azul, el rosa, olvidados y desaparecidos de la faz de la tierra.
Sin embargo, una flor resistía impasible ante el grisáceo y mortecino invasor. Se alzaba, temblorosa por el viento tóxico, rodeada por toneladas y toneladas de basura: plásticos, cartones, comida de hace años que ya solo alimentaba a producir un clima aún más horripilante, muebles, ropa vieja y miles de cosas más. Todas ellas, eran vestigios de un pasado glorioso del que ya no quedaba nada. Coches destruidos que anteriormente habían servido para aumentar el ego del propietario; ruinas de edificios, cubiertos por la podredumbre, donde anteriormente seres humanos habían vivido una vida lo más plena posible; armas que habían servido para destruir vidas ajenas. Todo eso formaba parte ya del recuerdo de nadie. Pues nadie quedaba para recordarlo.
Ningún ser vivo había sobrevivido a la devastación producida por una de las especies terrestres y, sin embargo, un flor se alzaba sombría entre varias latas de cerveza. Era pequeña y ya se estaba marchitando. A cada ráfaga de ese contaminado aire, más se acercaba el ser a su completa desaparición.
Las lluvias tóxicas eran habituales y el aire producía tornados y removía la inmundicia. La flor, milagrosamente, sobrevivía a pesar de todo. Parecía que algo o alguien con capacidad de decisión protegía de alguna manera mágica. Pero eso no podía ser; si así fuera, no habría dejado que los demás seres vivos murieran, que los humanos continuaran llenando más y más el planeta de lo que producían para mejorar sus vidas y acabó destruyéndoles. La vida había terminado y no quedaba más que restos de la especie más importante de la historia.
La flor seguía resistiendo ante las montañas y mares de plásticos que se cernían a su alrededor. Cuando muriera, sería el final de todo ser viviente en la faz de la tierra. Como si de alguna manera lo supiera, la flor mostraba un aspecto triste; estaba achaparrada y sus pétalos miraban hacia el suelo. O quizá mirara al suelo observando la creciente ola de líquido negro, producto de la unión entre la lluvia y la inmundicia, que amenazaba, al acercarse, su frágil existencia.
y comenta
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Es un relato magnífico. Cómo ren medio de la desolación, del desastre la vida se resiste a deaparecer con una sencilla flor, que no deja de ser un símbolo de nuestra voluntad de vivir.muy triste y tormentoso el final de la flor. Me encanta la manera en la que escribes. Saludos!


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Graduado en Periodismo por la UPV/EHU. Intento de escritor. Intento de periodista.