


Historias cotidianas de nuestros tiempos.
2-.Se había convertido en costumbre aquello de desaparecer antes de nacido el sol, y sinceramente, comenzaba a resultar irritante.
3-.Esta vez no había nota alguna sobre la cómoda, tan solo el cerco dejado por una taza de café que, con toda seguridad, había sido posada allí tan sigilosamente como los pasos mudos hasta la puerta.
4-.Me despegué del lecho rodando hasta tocar el suelo con los pies y me quedé mirando el círculo en el mueble, todavía fresco, que curiosamente encerraba en su interior una antigua quemadura producida por una vela. “Círculos concéntricos...” me dije.
5-.Descolgué el teléfono y los dedos pulsaron las teclas antes de que mi cerebro pudiera si quiera pensar en la combinación de cifras, ágil pero mecánicamente. Al otro lado una voz femenina me indicaba amablemente, que con quien deseaba contactar no se hallaba localizable. “Si quiere dejar algún mensaje espere a oír la señal, gracias...”
6-.Me alejé del aparato infernal y volví a la cama que albergaba aún su perfume. Abracé la almohada como se agarra una al tronco que flota a la deriva en el río de su sufrimiento y me dejé ir con la corriente, hasta ahogarme entre el llanto de tan rabiosa desesperación.
7-.El resto de la jornada no fue más que el rutinario intento por mantenerme distraída, con el cerebro funcionando a medio gas, entre el esfuerzo por no agotarme pensando en preocupaciones muy cotidianas, y la tentativa de desarrollar dignamente las tareas estipuladas en mi calendario.
8-.Cayó la noche nuevamente y lo hizo tal cual un peso muerto sobre mis hombros abatidos, de forma violenta e inexorable. Escuché el forcejeo de una llave en el cerrojo, que me distrajo del sonido de un corte limpio y certero. El chirrío de las bisagras mal engrasadas, equiparable a un lánguido suspiro de dolor. Su voz melosa buscándome entre las paredes de nuestra casa, que se tornaban gradualmente en meras figuras borrosas. Un ahogado grito, acompasado al ritmo del palpitante fluido carmesí derramado sobre la colcha. Música difusa e irregular, o el latido de mi corazón muriendo en aquella apacible visión de ensueño.
“Hazme una sola señal y yo te dejaré mi mensaje. El letargo me duele más, que el brutal final de mi cautiverio en estos afligidos círculos concéntricos...”
Silencio.
y comenta
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b biennnEl tema de los suicidios es uno de mis favoritos ( ya he escrito unos cuantos sobre él) y lo más complicado me parece no caer en la ''norma'' que rigen esos relatos, tener una pizca de originalidad. Bueno, pues lo consigues
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Ansiamos el control de la realidad en la que nos criamos y así nunca poseemos nuestros sueños, pues somos nosotros quienes les pertenecemos y quienes sufren el olvido.
No hay nombres, ni géneros, ni datos; son solamente pensamientos queriendo tomar la palabra.
Este poema responde a una tarde muy gris de un día sin sol. No me gusta escribir diarios, pero sí dejar rienda suelta a mi rabia a través de la escritura...
Todos hemos jugado a las palabras encadenadas...otras veces son las palabras las que nos encadenan a nosotros.
Producto de la escritura automática de un atardecer de Domingo, y que no pude publicar en su momento por encontrarse la página fuera de servicio...más experimental que literario :)